Con inminentes museos a Mercedes Sosa y a Atahualpa Yupanqui, festejos en la cuna de la independencia, 21 hoteles nuevos y 50 vuelos semanales, la provincia norteña espera su mejor año.
No por ser la provincia más diminuta de la Argentina, Tucumán carece de encantos. Muy por el contrario, resulta increíble que en tamaña pequeñez –tan sólo 22.524 kilómetros cuadrados– se acumule tanta diversidad de paisajes, culturas e historia. Por estos tiempos vive una etapa de desmitificación: durante años –dicen las autoridades actuales, por falta de una política en materia de turismo– se creyó que apenas tenía cerros de baja altura, que sólo había servido de escenario a la declaración de la independencia, el 9 de julio de 1816, y que el calor agobiante y la inaguantable humedad eran el único clima de la zona. Pues bien, Tucumán todo lo tiene. Y Tucumán todo lo da.
La ventaja de su superficie hace que en el territorio todo quede cerca, o medianamente cerca. Así, son varias las excursiones por encarar, al alcance de la mano. Apenas se llega a la provincia, el Circuito de Las Yungas es una de las obligadas. Entre sus paradas se encuentra el embalse El Cadillal, un espejo de agua que parece infinito, y que es utilizado para los deportes acuáticos. Provee el 70% del agua de San Miguel de Tucumán. Antiguamente, esa zona se utilizaba para buscar arcilla de ladrillos: muchas veces, dependiendo del nivel del agua, todavía puede observarse la punta de los viejos hornos.
Unos kilómetros hacia el Este se llega a Raco y a El Siambón. El primero, otrora un pasaje con un puñado de habitantes, es hoy una de las villas turísticas de mayor importancia, utilizada principalmente por los propios tucumanos, Raco fue el primer lugar –y el primer amor– donde vivió Atahualpa Yupanqui. “… Adiós, mi pago querido, mi rancho de Raco, mi lindo sauzal, cuando te cante esta zamba, quién sabe tu gaucho, por dónde andará…”, le dedicó alguna vez. Tres kilómetros más allá se encuentra El Siambón, lugar de delicados paisajes y cerros bajos. El monasterio de los monjes benedictinos (que llegaron allí a medidados de los 50) fue levantado íntegramente con piedras del lugar, encastradas una a una como un rompecabezas, y es digno de admirar (el único lugar abierto al público es la iglesia).
Retomando por la Ruta 340, a poco más de veinte kilómetros desde la capital, se llega al Cerro San Javier, en un camino que cuenta con más de cien curvas, rodeadas de la espesa vegetación. Sobre los costados del camino se pueden observar las hortensias, flores características del lugar y que forman parte de un mito: las casas que tengan esta planta ahuyentarán a los novios y dejarán solteras a las mujeres. En la cima, a 1.800 metros sobre el nivel del mar, se encuentra el Cristo Bendiciente, creado por el artista tucumano Juan Carlos Iramaín, en 1942.
Si lo que se busca, además de tranquilidad es adrenalina, tirarse en parapente desde el cerro Loma Bola ($ 250 el vuelo de 15 minutos) es la actividad ideal. Es una de las principales pistas de parapente de la Argentina. Y como corolario del día, ver el atardecer en Villa Nougués, una villa de principios de siglo, con chalets señoriales entre las montañas y la vegetación, con la ciudad en el horizonte, es un auténtico lujo.
Para encontrar movida nocturna, Yerba Buena y la misma San Miguel de Tucumán son los lugares indicados. Circuito de pubs, shoppings y ruido de ciudad no le faltan.
Es uno de los motivos de orgullo de los tucumanos. Su “carne cortada a cuchillo” es su caballito de batalla, que sirve para atacar a sus vecinos –y eternos rivales– salteños: “Le ponen papa porque no tienen plata para la carne”, dicen, mitad en serio mitad en broma. Lo cierto es que Tucumán se jacta de tener la Fiesta Nacional de la Empanada, que se realiza en Famaillá cada septiembre, desde 1981. Da prestigio tener la empanada más rica de la provincia. Apenas se conoce el nombre de la elegida, los restaurantes se lanzan a su caza para probarla. Y más. Entre las ganadoras se compite por el trofeo “Campeona de campeonas”, que en estos momentos le pertenece al Rancho de Silvia. Existe en Tucumán la llamada Ruta de la Empanada, que nuclea 26 lugares donde comerlas. Ojo, hay muchos más también. Tip: para saber si realmente tiene una auténtica empanada tucumana en la mano, cuente sus repulgues, que deben ser entre trece y quince. Si eso no ocurre, cómala igual, pero debe saber que no será la verdadera. Saber cuál de todas es la más rica puede resultar difícil. Quien escribe probó, al menos, cinco diferentes empanadas tucumanas y fue incapaz de determinarlo.
Lunita tucumana. “…Perdido en las cerrazones, quien sabe vidita por dónde andaré, mas, cuando salga la luna, cantaré, cantaré. A mi Tucumán querido, cantaré, cantaré...”. Esas cerrazones en las que vagaba Atahualpa Yupanqui son las mismas en las que el visitante se encuentra cuando se dirige hacia Tafí del Valle, primera parada de los Valles Calchaquíes. Es, sin dudas, un camino único. Entre la montaña, las nubes que acompañan en el camino, la espesa, verde y húmeda vegetación que, a veces, acorrala. Con el río Los Sosa como testigo, son poco más de cien kilómetros desde San Miguel, primero por la Ruta 301 y luego, en Acheral, por la 307 hasta los Valles. Tafí del Valle aparece como una postal entre los cerros, con las casitas, que no respetan ningún orden ni patrón, enclavadas en los cerros. Además de sus encantos naturales, cuenta con un gran valor histórico, como la estancia jesuítica Las Carreras, que desde 1779 es famosa por sus quesos. Incluso en Tafí se festeja la Fiesta Nacional del Queso. Imperdibles son, también, las cabalgatas por los valles, (El Puesto, $ 100 por persona), que pueden hacerse cuando hay luna llena e incluyen asado en la montaña. Encontrarse con algún vaqueano recolectando buña-buña (hierba que, dicen, es el Viagra natural del lugar) no resulta nada extraño.
Su lado cultural lo da Arte Alternativo, un emprendimiento que nació hace 12 años y que se dedica a crear telares con diseños basados en la historia de los indios tafíes. Todo esto, y más, forma parte del movimiento llamado Turismo Rural, un conjunto de nueve emprendimientos que promueven las actividades del lugar y que cuenta con el apoyo del INTA.
Saliendo de Tafí resulta increíble cómo cambia el paisaje cuando se toma la Ruta 307 hasta Amaichá del Valle. En el trayecto se sube hasta los tres mil metros sobre el nivel del mar –El Infiernillo es el punto más alto– y luego se baja hasta los dos mil. Los cardones son la compañía en todo momento. La leyenda cuenta que son indios que vigilaban el ataque de los españoles y se convirtieron en esas plantas. Se pasa de la humedad más penetrante a la aridez casi extrema: llueven apenas sesenta milímetros de agua al año (en Buenos Aires llovieron ochenta en dos horas). “Bienvenidos al mejor clima del mundo”, da la bienvenida un cartel en la entrada del pueblo. Amaichá es conocida por su fiesta a la Pachamama y sus especias: se autodenomina el “especiero del país”. Aquí, además, Tucumán está desarrollando su primer vino de alta gama de las Bodegas Posse. A 22 kilómetros, en tanto, se encuentran las ruinas de Quilmes, imponente fuerte de resistencia de los indios ante la Conquista en el siglo XVII, en el cerro Alto del Rey.
Tucumán tiene demasiado para ofrecer, entonces. No es sólo el “jardín de la República”, es mucho más que la selva, su humedad y el “calor agobiante”.
Resulta llamativo ver cómo cada tucumano vive con gran compromiso esta nueva etapa del turismo en la provincia. El relanzamiento, impulsado por el ex ministro de Turismo de Salta, Bernardo Racedo Aragón, –tucumano de nacimiento–, le dio otro aire. Desde que asumió el ente Tucumán Turismo en 2008 (organismo creado en 2004), las estructuras para el turismo crecieron: se inauguraron diez hoteles y otros once están en construcción; además, se elevó a cincuenta la cantidad de vuelos semanales.
Entre las actividades gratuitas que podrá encontrar el turista se encuentran las cabalgatas y el trekking. También se está trabajando en dos museos dedicados a Mercedes Sosa y Atahualpa Yupanqui. Y en año del Bicentenario, en la cuna de la independencia, habrá un gran espectáculo de luces y sonidos.
Para lograr todo este cambio, el presupuesto creció desde los 12 a 18 millones de pesos anuales. Otro de los puntos en el proyecto es la unión con Salta y Jujuy. “Es fundamental la integración con ellos y que en el mundo seamos conocidos como región”, asegura Racedo Aragón.
Fuente: Diario Perfíl
http://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0463/articulo.php?art=21259&ed=0463