Las ruinas de los Quilmes nos acercan a ese pueblo que resistió 130 años la conquista española.
"Los quilmes resistieron 130 años la conquista española. Parte del pueblo fue desarraigado y trasladado caminando a Buenos Aires", dice el cartel ubicado en la misma entrada de la Ciudad Sagrada de los Quilmes, al menos lo que quedó al resguardo arqueológico y cultural de este pueblo diaguita. Es todo un anticipo sobre la historia que se resguarda de lo que turísticamente es conocido como "Ruinas de los quilmes", en plenos Valles Calchaquíes de la bella provincia de Tucumán.
El recorrido dura el tiempo que cada visitante quiera darle y dispone de una explicación que ofrecen guías que se presentan como descendientes de la comunidad aborigen. Sólo hay que pagar en la entrada 5 pesos por persona, un bono que contribuye a la difusión de una historia no siempre contada por los libros, y, en especial, sometida a años de depredación, olvidos y ausencias.
El único consejo que hará con insistencia el guía es "cuidar el patrimonio del lugar", esto es no llevarse "recuerdos" como piedras o lajas. No es para menos: lo que se muestra de esta ciudad sagrada son los vestigios de una organización cultural y social que no sólo le hizo frente a la diversidad climática que caracteriza a cada época del año en los valles, sino al empeño colonizador de los españoles.
El ingreso al sitio arqueológico se anuncia en la Ruta Nacional 40, la misma que acerca dos destinos para poner en la agenda de lugares de la Argentina para conocer: Tafí del Valle, en Tucumán, y Cafayate, en Salta. (Una región ideal para probar buenos vinos y darse el gusto con variedad de empanadas).
La entrada a las llamadas "ruinas" son sólo 5 kilómetros de ripio, en buen estado. Apenas se empiezan a transitar ya se disfruta el bello paisaje que dibujan los restos de la ciudad originaria sobre el cerro. Es justamente a la distancia como mejor se aprecia la organización que se daba esta comunidad en su vida cotidiana.
La explicación del guía es necesaria para situarse en el tiempo, conocer datos básicos de la vida de este pueblo y también saber que la pelea por la restitución final de las tierras no ha cesado. Luego, el recorrido queda librado a cada visitante, y la verdad es que es toda una invitación a caminar sobre tierra diaguita.
Lo más visible es lo que se pudo reconstruir de las viviendas, edificadas con piedras usadas a modo de pircas (superpuestas), y que en su momento tuvieron techos de paja y barro. De forma rectangulares, se conectaban entre sí. El lugar destinado a las ceremonias religiosas estaba en la parte más alta del valle, al igual que la residencia del cacique de la comunidad, y los puestos de vigilancia. Con paciencia y tiempo a favor es posible llegar hasta este sector y disfrutar el paisaje de los Valles Calchaquíes.
El relato de los guías se explaya sobre la belleza que cultivaron sus antepasados en el arte, la religión y la cosmovisión del mundo. También a recordar que en 1665 fueron divididos como pueblo: 1.700 integrantes de la comunidad de los quilmes fueron llevados a pie hasta Buenos Aires. Sólo 400 llegaron. Su arribo dio origen a la ciudad bonaerense que tomó su nombre.
Cerca de la ciudad sagrada está Amaicha del Valle (sobre la ruta 307), una localidad tucumana conocida por ser la anfitriona de la Fiesta Nacional de la Pachamama, sus quesillos, alfajores y vino patero. Se sabe que se está por arribar a Amaicha por los cardones que rodean el camino, los mismos que acompañan las denominadas "Ruinas de los quilmes". Se trata de una especie de cactus, pero gigantesco, y del cual se cuenta una rica leyenda.
El relato que explica su presencia asegura que en realidad se trata de indios que vigilan valles y cerros. Habían sido enviados a cuidar el camino de la presencia de los españoles, y a esperar la orden de atacar al invasor. Se apostaron en lugares determinantes para esta tarea, pero la orden nunca llegó ya que el enviado para darla había sido capturado por los colonizadores.
La leyenda dice que, como los indios nunca se movieron de aquella espera, la Pachamama (la tierra) se apiadó, los fue adormeciendo y haciéndolos parte de ella. Los cubrió de espinas para cuidarlos en su descanso.
Leyenda o no, los cardones no pasan inadvertidos en el camino, son otro atractivo, y claramente eternos guardianes de los Valles Calchaquíes.
Fuente: La Capital Turismo