A 240 kilómetros de las cataratas del Iguazú están las ruinas de San Ignacio Miní, un sitio encantador y bien cuidado que mágicamente nos lleva a la época de las misiones. En 1610 los sacerdotes José Cataldino y Simón Masceta fundaron el la región del Guayrá (Brasil) la reducción de San Ignacio Miní, junto a otras que sufrieron el asedio constante de los bandeirantes o mamelucos (cazadores portugueses de esclavos). Sólo San Ignacio y Nuestra Señora de Loreto se salvaron de aquellos ataques y en 1632 emigraron para establecerse a orillas del arroyo Yabebirí, en la actual provincia de Misiones.
En 1696 se estableció definitivamente en el sitio donde hoy quedan sus vestigios. Al igual que lo ocurrido con las demás reducciones, sufrió la destrucción por parte de los paraguayos en 1817. En el siglo pasado, más precisamente en la década del 40, las ruinas de San Ignacio fueron restauradas tras más de 120 años de olvido y saqueos.
Las ruinas, junto a las de Nuestra Señora de Loreto, Santa Ana y Santa María la Mayor son Monumento Histórico Nacional y desde 1984 Patrimonio de la Humanidad.
Estas ruinas formaron parte de los 30 pueblos que registraron a más de 141 mil habitantes en 1732. En San Ignacio vivieron 4.500 personas a cargo de un solo jesuita. Cada grupo familiar cultivaba una parcela de tierra particular (abambaé: cosas del hombre) y otra comunitaria (tupambaé: cosas de Dios).
Los hombres hacían los trabajos rurales, de carpintería, herrería, arte y artesanía; mientras que las mujeres cuidaban a los niños, cocinaban, hilaban, tejían y tenían a su cargo las tareas domésticas.
Con las ganancias de la producción de la parcela comunitaria sostenían a las mujeres solas, a los ñiños huérfanos, solventaban gastos de la Iglesia, la educación y otras expresiones de la cultura.
El trazado urbano partía de una cruz que marcaba el centro de la reducción y el corazón de la plaza. En uno de sus laterales sobresalía la iglesia que se complementaba con la residencia de los padres, colegio y talleres hacia un lado, mientras que el cotí guazú (residencia de vidas) y el cementerio estaban del otro. De la plaza hacia afuera estaban las viviendas, el cabildo y las tierras de cultivo y labranza.
Esos pueblos despertaban admiración entre quienes profesaban las utopías, pero también malestar en el poder político, quien logró desacreditar a la Compañía de Jesús hasta que el rey Carlos III firmó la expulsión de los jesuitas de los dominios españoles.
La entrada a las ruinas cuesta 20 pesos, jubilados y pensionados (con carné) 15 pesos y menosres de seis años, sin cargo. Más informes en el teléfono (03752) 470186; www.misiones-jesuiticas.com.ar
El portal de lo que fue la iglesia de la reducción de San Ignacio Miní es un ícono de las misiones jesuítico-guaraníes.
Fuente: La Capital Turismo