Luego de un interminable recorrido de tres horas en ómnibus, por cuanta ciudad o pueblo hubiera en el camino, el nombre de mi destino, Capilla del Monte, fue pronunciado por el chofer dando pie sin saberlo a mi empresa.
Deambulé unos minutos por el centro capillense chequeando alojamiento, hasta que me topé con la Oficina de Turismo. Allí me hice de dos mapas, uno full color y otro más sencillo, como para rayar y anotar indicaciones y recibí el consejo de comprar víveres en el camino, "ya que en el cerro Uritorco no hay proveedurías". Ese era mi destino, el mítico –y místico– Uritorco.
Pueyrredón, Vélez Sársfield y luego avenida Amadeo Sabattini, según el último mapa, era el recorrido que debía hacer. Y llegué. Una muy humilde recepcionista me registró y, en contradicción con el personal de la Oficina de Turismo, allí había una proveeduría. Armé mi iglú y me instalé.
Para recuperar energías comí algo y me acosté a dormir. Logré conciliar el sueño al menos por tres horas. Bastante, teniendo en cuenta que no contaba con bolsa de dormir, pero sí con una colchoneta aislante. Cuando desperté, el día había dado paso a la noche y el apacible calor de la tarde al frío.
Hubo varios despertares a lo largo de la madrugada, algunos ocasionados por extraños tambores que se escuchaban a lo lejos, como realizando algún tipo de ritual. El último fue a las 7.45, cuando noté que ya había aclarado. Un coro de aves hizo las veces de despertador con sus asombrosos piares, que planteaban un bello paisaje sonoro.
Ahora bien, según la muchacha de recepción, la base del cerro abría de 7 a 12, por lo que yo estaba en horario, pero aún el sol no se había hecho presente. Un poco dolorido por mi postura al dormir, salí, crucé por el lecho de un río seco y llegué a la base del Uritorco. Allí, una muy pintoresca construcción al estilo chalé, se dibujaba entre los macizos de piedra, con su techo de chapa color verde inglés y grandes ventanales. Además de un surtido quiosco para aprovisionarse, incluye un restaurante con vista panorámica.
$ 15, un guía brinda una breve charla y entrega un folleto con algunas recomendaciones y un número de teléfono para emergencias (aunque en muchas zonas del cerro no hay señal). Una de las sugerencias es llevar un palo, a modo de bastón. Munido de un mango de escoba, comencé mi caminata de ascenso al Uritorco.
Al principio me encontré en un camino bien trazado, de piedras puntiagudas y amarronadas por la tierra, algunas de ellas bastantes resbaladizas, pero en general un tramo que cualquiera puede transitar, con escalones de piedras naturales y otros con visible intervención humana. En el primero de siete descansos sobrepasé a una pareja conformada por madre cuarentona e hijo adolescente. Según el guía, fuimos los primeros del día en subir, por lo que al haberlos dejado atrás, tenía todo el Uritorco por delante para mí solo.
Autoconvencido de mi juventud y de mi buen estado físico, me propuse hacer el ascenso en menos tiempo del indicado como estándar, o sea, tres horas.
Llegué a los descansos dos y tres sin grandes noticias, solo que el gigante de piedra empezaba a mostrar que no le gusta que lo reten y que no es ningún paseo en calesita. En el descanso número cuatro, ya a 1.450 metros de altura sobre el nivel del mar, me encontré con una base de grandes piedras y yuyos silvestres de color amarillo opaco. Un escenario muy épico que me trajo a la memoria los que se observan en la película El señor de los anillos: piedras ubicadas como asientos alrededor de fogatas, que aparentaban haber sido utilizadas no hacía mucho tiempo.
Hacia el quinto y sexto descanso, llamados "El valle de los espíritus" y "Pampilla", respectivamente, mis paradas se volvieron más frecuentes y el cansancio se dibujaba en mi rostro. El último, en la "Pampilla", me dio un respiro, ya faltaba poco. Es que ya estaba exhausto, situación que dejaba de lado para contemplar la inmensidad del paisaje y tomar alguna que otra foto.
Fuente: La Voz Turismo
http://www.lavoz.com.ar/nota.asp?nota_id=592496