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De Chubut a Santa Cruz. La Ruta Azul

Publicado: 22/11/2009
Visto: 3567 veces
Fuente: Página 12 Turismo

Un itinerario por la Ruta Nacional 3, también llamada Ruta Azul, a través de la dimensión esteparia de la Patagonia. En Chubut, la localidad de Bahía Bustamante, el Parque Marino Costero Patagonia Austral y Comodoro Rivadavia. Y en Santa Cruz, visitas al Parque Nacional Monte León, el bosque petrificado de Jaramillo y la ciudad de Puerto Deseado.

En el universo multifacético de la Patagonia se puede hacer un viaje no muy tradicional que recorre la costa patagónica desde la localidad chubutense de Camarones hasta la ciudad de Piedra Buena, en el norte de Santa Cruz. Se trata de un largo itinerario por la Ruta 3 a través de la dimensión esteparia que se extiende entre los dos polos turísticos tradicionales de la región: El Calafate en el sur y Puerto Madryn por el norte.

La mayoría de los viajes a la Patagonia saltean este vasto territorio –dentro del cual caben varios países europeos–, ya sea porque se hacen en avión o porque quienes bajan en auto hacia el sur suelen ir por la zona cordillerana y rara vez por la costa. Lo recomendable sería, entonces, ir por un lado y volver por el otro.

DESDE COMODORO RIVADAVIA

Si el plan de viaje consiste en llegar a la zona en avión para alquilar un auto o moverse en autobús, el punto de partida para este periplo es la ciudad de Comodoro Rivadavia. El primer destino es la localidad de Bahía Bustamante, ubicada 180 km al norte de Comodoro Rivadavia por la Ruta Nacional 3, también conocida como La Ruta Azul porque casi siempre bordea el mar. En el camino se recorrerá el Golfo San Jorge, un gran arco de 100 kilómetros de largo que desde el año pasado ha pasado a ser el Parque Nacional Marino Costero Patagonia Austral.

En el golfo hay numerosas islas, caletas, bahías, ensenadas, playas, restingas y arrecifes, y en la parte norte está Bahía Bustamante, uno de los mejores lugares de la Patagonia para la observación de fauna. Es un pueblito costero de sólo 50 habitantes y calles de tierra, alejado de todo turismo masivo. Una línea de seis casas con living y dos cuartos frente al mar han sido reacondicionadas para albergar visitantes. No tienen TV y la luz eléctrica se corta a las 11 de la noche pero, paradojas de la tecnología, tienen Internet inalámbrico satelital. A dos cuadras de allí está la proveeduría, que también oficia de restaurante donde el fuerte son los frutos de mar.

Visitantes y locales se van a dormir temprano para salir a primera hora a navegar en busca de las grandes poblaciones de pingüinos magallánicos y lobos marinos, entre otras especies que habitan en esas costas. El paseo principal se hace por la Caleta Malaspina, que se recorre con la Atrevida, una poderosa lancha con motor fuera de borda. Se parte de una tranquila ría para desembocar en la caleta, donde se navega sobre virtuales praderas de algas marinas. Allí se ven los cultivos de mejillones y cómo los pobladores cosechan algas desde las embarcaciones. Finalmente, ya lejos de la costa, se llega al archipiélago de las islas Vernacci. En el trayecto van apareciendo colonias de lobos marinos, donde el “dueño” de un harén es capaz de permanecer hasta dos meses sobre un afloramiento rocoso sin ingresar al mar a comer, por miedo a que otro lobo lo desbanque de su privilegiado lugar. También los pingüinos –monógamos en este caso– aparecen por millares en la costa o nadando como torpedos a los costados de la embarcación, a lo cual se suman los saltos y piruetas de las toninas y el revoloteo de bandadas de aves que acompañan la excursión náutica. En las oquedades de los islotes anidan tres tipos de gaviotines: el real, el pico amarillo y el sudamericano. Y a vuelo rasante sobre las pingüineras acechan el skúa y el petrel gigante, con sus dos metros de ancho con las alas abiertas.

HACIA EL SUR

Luego de unos días en Bahía Bustamante se regresa a Comodoro Rivadavia, donde lo recomendable es quedarse al menos dos días o ir a la vecina Rada Tilly, donde hay unas playas muy concurridas en el verano. Al acercase a Comodoro Rivadavia por la Ruta 3, se atraviesa a toda velocidad la planicie esteparia –que desfila monótona tras la ventanilla con efecto de cámara lenta–, mientras a los costados de la ruta centenares de cigüeñas petroleras bombean sin cesar.

A 17 km del centro de Comodoro Rivadavia está el interesante Parque Eólico Antonio Morán, con sus 26 futuristas molinos de viento que alcanzan los 45 metros de altura. Al pararse al pie de uno de esos gigantes en movimiento, la sensación de fragilidad humana hiela la sangre por el zumbido infernal del viento cortado por unas aspas de 1500 kilos cada una, que parecen caerse encima de nuestra cabeza. Pero ésta es una energía pacífica, renovable y limpia, que les garantiza electricidad a unas 19.500 personas, un pequeño atenuante patagónico al grave problema mundial del efecto invernadero.

Al sur de Comodoro Rivadavia otro lugar que vale la pena visitar es la ciudad balnearia de Rada Tilly para ver la llamada Punta Marqués, una saliente de la meseta patagónica que rompe en un gran acantilado de 167 metros directo en el mar. Abajo, en unos islotes que aparecen y desaparecen según las mareas, hay un apostadero de lobos marinos de un pelo cuya población oscila entre los 400 y 1500 ejemplares. Al caminar por esa punta sedimentaria se avanza sobre un banco geológico de 20 millones de años lleno de conchas petrificadas muy grandes y pesadas, conocidas como ostrea patagónica.

HACIA SANTA CRUZ

La gira patagónica continúa hacia el sur, donde la Ruta 3 se interna en Santa Cruz pasando por la ciudad petrolera de Caleta Olivia y luego por un pueblito llamado Fitz Roy, para seguir viaje hasta el Monumento Natural Bosques Petrificados, con sus troncos de 150 millones de años que yacen en un desierto casi sin vegetación donde corretean los guanacos, un paisaje que es el opuesto exacto de lo que fue la Patagonia en el período Jurásico, cuando esos árboles estaban en pie. En aquel tiempo la Patagonia estaba cubierta por grandes bosques pantanosos entre los que caminaban los dinosaurios. Y no es difícil imaginarse el cielo lleno de reptiles voladores, allí donde hoy vemos a los apacibles cóndores como suspendidos en el aire. Pero este paraíso comenzó a desaparecer cuando se elevó la Cordillera de los Andes, los volcanes cubrieron todo con una mortaja de cenizas y los vientos húmedos que llegaban desde el Pacífico se encontraron con esa barrera natural donde hoy descargan toda su lluvia. Por eso ahora reina una gran sequedad en la planicie esteparia, que va desde el pie de la Cordillera de los Andes hasta la costa del mar. Y lo más curioso es que los restos de ese mundo que desapareció de la faz de la Tierra reaparecieron gracias a la erosión del viento, dejando al descubierto imponentes troncos de hasta 30 metros de largo y fósiles de animales convertidos en piedra.

Luego de visitar los bosques petrificados se puede dormir en Fitz Roy o seguir viaje hasta Puerto Deseado, donde hay mayor variedad de alojamientos. Al llegar a Puerto Deseado por la árida estepa se divisa de repente en el horizonte una ría color turquesa que contrasta con el ocre del llano paisaje. Y tras una curva aparecen el brillo del mar y la desembocadura de la Ría Deseado con su puerto pesquero.

El principal atractivo de Puerto Deseado es su ría, que además de sus imponentes paisajes está habitada por miles y miles de ejemplares de fauna patagónica. Por ejemplo, en la isla Chaffers –donde está una de las siete pingüineras que hay en la ría–, habitan 40.000 pingüinos magallánicos que conviven con varios tipos de gaviotas, petreles y pájaros ostreros negros. En la isla Elena, el gomón semirrígido que lleva a los turistas a toda velocidad se acerca hasta casi tocar con la punta unos pequeños acantilados donde habita un centenar de parejas de cormoranes grises con los ojos rojos que anidan en las rocas. Pero mientras uno se distrae mirando bandadas de pájaros que levantan vuelo una tras otra, bajo la embarcación comienzan a pasar como flechas grupos de toninas que saltan al unísono.

En la Isla Pingüino, ubicada 25 kilómetros mar adentro, está la única colonia del exótico pingüino penacho amarillo que hay en la Patagonia. El gomón semirrígido con que se llega a la Reserva Provincial Isla Pingüino parte a toda velocidad y enseguida aparece en la lejanía el faro abandonado de la isla, levantado en 1903. Se desembarca en esa pequeña isla y luego de rodearla a pie casi completa se descubre una colonia de lobos y elefantes marinos. Y por todos lados revolotean miles de aves como las enormes skúas, que se lanzan a vuelo rasante sobre la cabeza de los turistas como si los quisieran picotear.

En la punta opuesta al lugar de desembarque, semiocultos en dos pequeños cañadones rocosos al pie de un faro, está la colonia de un millar de pingüinos penacho amarillo, esos simpáticos liliputienses de andar chaplinesco y “look rockero” que son la estrella indiscutida de Puerto Deseado. El nombre de esos pingüinos deriva de un grupo de largas plumas amarillas y negras que tienen a modo de ceja que, junto con su pico y ojos rojos, les dan un aspecto algo estrafalario. La otra característica llamativa de estos pingüinos es su caminar cuando van al mar, siempre en fila y a los saltitos con las dos patas juntas. Son por cierto unos pingüinos muy pequeños, de apenas 40 centímetros, que sufren bastante los ataques de otras aves. Por eso son agresivos con quien los quiera tocar. Durante el paseo se ven de cerca los nidos y se puede observar en primer plano cómo alimentan a sus crías o traen palitos en pareja para armar sus nidos.

HACIA MONTE LEON

Desde Puerto Deseado la siguiente estación de esta gira pueden ser las ciudades de Puerto Santa Cruz o Comandante Luis Piedra Buena, ubicadas de manera equidistante del Parque Nacional Monte León. Este parque costero tiene una particular geografía de farallones que rompen en el mar y una increíble biodiversidad con 113 especies de aves, 20 de mamíferos y 4 de reptiles. Se lo visita desde unas pasarelas con miradores frente a la isla Monte León.

La última parada sobre la Ruta 3 –luego de por lo menos diez días de viaje– puede ser en la localidad de San Julián para visitar una réplica a escala real de la Nao Victoria que trajo a Magallanes a la región. Y finalmente se puede seguir viaje hacia Río Gallegos y El Calafate, para regresar por la cordillera. Pero el objetivo de este viaje no son los bosques andino-patagónicos ni la misteriosa geometría del hielo, sino un acercamiento a la nutrida fauna costera de la Patagonia, en el marco de un ascético paisaje estepario donde un horizonte de 360 grados con espacios vacíos se diluye a los cuatro costados en una mirada sin fin y sin obstáculos, entre nosotros y el infinito.

Fuente: Página 12 Turismo
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/turismo/9-1658-2009-11-22.html


Ver el original en: De Chubut a Santa Cruz. La Ruta Azul.
Más información de Chubut en 365patagonia.com.

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