La Puna catamarqueña sorprende con su fauna y sus imponentes paisajes, una reserva hermosa y desolada.
Solo 350 kms separan a San Fernando del Valle de Catamarca de la Puna. Allí a 3.000 msnm se encuentra la Reserva de Laguna Blanca, uno de los secretos mejor guardados del Norte Argentino, un paisaje de sal habitado por animales y tantos secretos ancestrales.
Desde la capital provincial hay que ascender hasta los 3400 msnm para llegar a Hualfin, el punto de partida para conocer este paraje de ensueño. En el camino se pasa por todos los matices del Este catamarqueño.
Desaparecen las montañas verdes, las aguas vertiendo y el calor húmedo, y surge la aridez, los colores ocres y los altos cardones, entre los que se mezclan las saltarinas vicuñas.
Las vicuñas son la primer señal de vida en esta región solitaria.
La mítica Ruta Nacional 40 desemboca en Hualfin, un oasis verde que la atravieda el río con el mismo nombre. En las márgenes del Río Hualfin se puede ver gran cantidad de cultivos de vid y frutales, junto a sauces y acacias.
En las sierras ubicadas junto al pueblo, se pueden visitar los territorios donde en el año 1630 se produjo el alzamiento calchaquí contra el dominio español, a cargo del combativo cacique Chelemin.
Un cordón de cerros rojizos encierra vastas extensiones de ruinas de pirca, que pertenecieron a los pueblos que integraron la alianza fundada por el cacique.
Hace millones de años, estas formaciones arcillosas eran una planicie húmeda, que del lado chileno estaba cubierta por el mar.
Eso explica los restos fósiles de peces, tortugas y mamíferos marinos que se hallan en la zona, hoy dominada por la aridez. El sinuoso camino de ripio por el que salimos de Hualfin rumbo a Laguna Blanca deja ver a la izquierda el Bajo de la Alumbrera, rico en oro y cobre, antes de internarse entre los cerros y levantar polvareda por sitios desolados.
El vehículo 4x4 avanza por la Quebrada de Indalecio, por la Ruta Provincial 34, donde reaparecen los cardones y algunos burros, verdaderos aliados de los pocos pobladores de la zona.
Unos kilómetros más adelante, la arena blanquísima cobra vida en enormes médanos que abren las puertas de un desierto tan inesperado como bello. Es la antesala de la Reserva Laguna Blanca.
Siguiendo el rastro de las vicuñas, que corretean en manadas a cierta distancia, nos encaminamos hacia la reserva. Sus jugueteos incluyen osados acercamientos -ideales para tomar fotos- y hábiles fugas en dirección a los cerros.
Laguna Blanca es conocida en particular por la chaka, una fiesta anual que los pobladores realizan en noviembre y que consiste en un encierro no violento de las huidizas vicuñas (especie protegida), lo que les permite conseguir el preciado pelo del animal, que cotiza a precios altísimos.
La escena nos distrae hasta que la ausencia de suelo firme indica que llegamos a la Reserva de Biosfera, que ocupa 770 mil hectáreas en el norte del Departamento de Belén. El bañado es un embalse natural del río Punilla, por eso al ingresar se ve bastante vegetación boscosa, algo poco habitual en este tipo de paisaje.
Esta zona protegida, rodeada de montañas que superan los 5.000 metros de altura, fue creada en 1979 para resguardar a las vicuñas y a los elegantes cisnes de cuello negro que se divisan a lo lejos. También se ven cisnes rosados, patos y guares, a los que es imposible acercarse porque los pies se hunden en el suelo como si se tratase de un pantano. La graciosa danza de los cisnes quedará siempre a la distancia, separada de nosotros por ese mar de colpa -salitre muy denso-, que cubre todo el valle y a la que los pueblos originarios le atribuían valores sagrados y curativos.
Los brebajes para combatir el insomnio o las vaporizaciones para armonizar la energía de ciertos ambientes, son hoy menos frecuentes que otros usos de la colpa. En Hualfin, es ingrediente indispensable de la mazamorra y de la "colpizza", una exquisita pizza esponjosa. Pero los descendientes de los pueblos originarios continúan agradeciendo a la Pachamama por la colpa, celebrando ceremonias que son condición indispensable antes de ingresar a "la gran mancha blanca".
Al escuchar los cánticos y mientras ofrenda un puñado de hojas de coca a la Madre Tierra, el visitante descubre que algunos viajes son como esos libros de incontables páginas, que se inician con incertidumbre y se culminan con nostalgia.