A 10 km de Villa Gesell, el balneario se prepara para el verano. Con servicios de alta gama, ambiente familiar y cero estrés.
Se escuchan las olas detrás de las dunas y se apura el paso para acceder a la playa prometida. Siempre cuesta arriba, la arena dorada y tibia de Mar de las Pampas se convierte por fin en una cima plana, con arbustos que sirven de refugio para el viento y el sol. Y se despliega entonces una panorámica desmesurada hacia los cuatro puntos cardinales del alma, resultando imposible hacerle justicia con la cámara de fotos.
El verano amaga en vano con burlarse del calendario y comenzar ya mismo, este lunes a la hora de la siesta. Pero la primavera le marca el terreno con una brisa fría y no se lo permite.
Con los pies descalzos y contra la corriente, uno elige caminar hacia Villa Gesell, a 10 km de este balneario sin carpas ni sucesión de paradores de moda, que creció bajo la consigna de “vivir sin prisa” y del movimiento mundial slow city (que desafía el culto a la velocidad), y ahora le juega una pulseada al bullicio incipiente que trae el crecimiento turístico.
Mar de las Pampas es el segundo de los balnearios de Villa Gesell, un municipio que ofrece 120 mil plazas de alojamiento en sus distintas variantes, pero aquí con mayoría de cabañas y aparts.
Hacia el Sur, desde la histórica ciudad de Gesell se suceden la tranquilidad y el perfil ecológico de Mar de las Pampas, y el ambiente familiar y las extensísimas playas de Las Gaviotas y Mar Azul, donde a veces se multiplican los cuatriciclos.
Sinónimo de descanso y relax, Mar de las Pampas se destaca por el predominio de materiales como la piedra y la madera en sus construcciones y carteles. Con calles de arena irregulares, bancos de madera y hamacas paraguayas en sana abundancia, el balneario tiene un centro comercial pequeño –aunque más completo que en temporadas anteriores–, que se mimetiza con el paisaje boscoso.
A los cafés y restaurantes vidriados se suman las tiendas que adhieren al espíritu new age, con duendes, hadas, gemas, servicio de masajes al aire libre y ojotas que te hacen ver las estrellas al recordarte “las zonas microreflejas de los órganos del cuerpo y localizadas en los pies”. Las comillas corren por cuenta de los expertos en reflexología y, claro, de la vendedora. Pero dan resultado.
Como en la famosa obra de Carl Honoré “Elogio de la lentitud”, en Mar de las Pampas se advierte el sinsentido de vivir en forma acelerada y se propone también “hacer que el momento perdure”. Nobleza obliga: entre bosques de pinos y eucaliptos esbeltos, no resulta nada complicado abocarse a la tarea de “vivir sin prisa”. Una consigna que, vale aclarar, se construye aquí a partir de pilares como la traza urbana (en este caso, se trata de exaltar las características de la naturaleza del paisaje), las buenas prácticas ambientales, la atención personalizada y la producción artesanal.
Y así como aquel mediodía invitó a un asado en la parrilla del deck de la cabaña, la noche estrellada tienta a salir a caminar en la semi oscuridad para disfrutar del silencio, una experiencia no recomendable para quienes se asustaron en serio con la película “El Proyecto Blair Witch”. Como tampoco, mirar en la notebook “Actividad paranormal” en una noche apacible: dejará de serlo.
En los días sucesivos, aún para los espíritus menos curiosos, no está nada mal conocer los orígenes de la región. Para ello, lo mejor es visitar Pinar del Norte, donde funcionan el Museo y Archivo Histórico de Villa Gesell, el Museo de los Pioneros y el Chalet de don Carlos. Es que en 1931 “el loco de los médanos”, como le decían, compró 1.648 hectáreas de dunas vivas para forestarlas.
En 2010 causa mucha gracia el aviso de Gesell en el viejo diario La Prensa: “Casita solitaria frente al mar se alquila por quince días a pesos cien”. Y así entró en la historia Emilio Stark, el primer turista. Dos visionarios, en un destino cuyo futuro siempre se encuentra en expansión.
Fuente: Clarín Turismo