Crónica de una visita al Parque Nacional Perito Moreno, ubicado en el centro-oeste santacruceño. Pese a ser uno de los menos visitados del país debido a su inhóspito aislamiento, en esta tierra remota donde conviven la estepa más desolada con los bosques andino-patagónicos se encuentran algunos de los paisajes más fascinantes de la Patagonia.
A la vera de la RP 37, un cartel con letras amarillas nos recibe con un optimista “Bienvenidos al Parque Nacional Perito Moreno”. Que bien podría decir “Bienvenidos a la nada”.
Para llegar hasta aquí el punto de partida fue El Calafate, en un vehículo común alquilado para recorrer 470 kilómetros de la fascinante monotonía de la estepa patagónica, esa vasta planicie que nace a los pies de la Cordillera de los Andes y va descendiendo hacia la costa del mar.
A simple vista, el Parque Nacional Perito Moreno, que no es el mismo que protege al glaciar Perito Moreno, las tiene todas en contra: está aislado de todo centro urbano, los caminos de acceso son de ripio y carecen de estaciones de servicio, su vegetación es escasa y achaparrada, el clima es algo frío y ventoso aun en verano, y tiene pocos servicios para el visitante. Sin embargo, para muchos esta lista poco marketinera es una gran virtud, que convierte la región en uno de los rincones más vírgenes y menos conocidos del país. El Perito Moreno es tal vez uno de los Parques Nacionales menos visitados, pero por eso mismo uno de los mejores conservados. En sus 115.000 hectáreas viven no más de 20 personas, incluyendo a los guardaparques, custodios de un paisaje que casi no ha sido modificado por el hombre.
Si bien fue fundado en 1937, el primer guardaparques estable llegó aquí en 1980. Aunque en verdad no era muy urgente, ya que el Parque se cuidaba a sí mismo gracias a un clima inhóspito que lo hace inhabitable en invierno, cuando las temperaturas bajan a 25 grados bajo cero y todo se cubre de nieve. Por esta razón nunca se pudo establecer nadie de manera definitiva en el lugar, salvo los aborígenes, de quienes hay evidencias de que ya anduvieron por la zona seis mil años atrás.
Un curso de agua cruza la aridez de algunos sectores del Parque Nacional Perito Moreno.
En el trayecto final hasta el acceso al Perito Moreno nos cruzamos con muy pocos autos, y el cartel de bienvenida levantó los ánimos de algunos compañeros de viaje algo cansados de la estepa y el ripio. Pero el Parque no es sólo monótona estepa, ya que tiene además dos cadenas de lagos entrelazados con aguas color azul zafiro que rebosan de aves autóctonas y tropillas de guanacos. Y también montañas descomunales que alcanzan los 2300 metros, entre fascinantes formaciones geológicas que se parecen a la Gran Muralla china. Pero todo esto llegará después, en las exploraciones.
Dentro del parque se encuentra la estancia La Oriental, que ya existía antes de la creación del área protegida y se dedica exclusivamente al turismo. Después de atravesar la tranquera camino al casco, en apenas 20 minutos nos cruzamos con una manada de ñandúes corriendo despavoridos, una mulita escurridiza que se escondió entre los pastos y una tropilla de cien guanacos que nos obstruyeron el camino por un rato. En La Oriental nos quedamos tres noches para recorrer el parque en todo su esplendor (es imposible hacer una visita en el día).
Al día siguiente salimos de excursión en una 4x4 de la estancia hasta Piedra Clavada, trepando montañas con la camioneta por senderos muy empinados. A la distancia se veían altas montañas peladas de vegetación y varios lagos con su asombroso color azul oscuro. Y al bajar del vehículo para caminar un poco, íbamos descubriendo a cada paso antiguos trilobites, amonites y restos de troncos petrificados, de los tiempos en que estos suelos fueron primero el fondo del mar y más tarde una selva llena de vida.
Mientras tanto, en la lejanía divisamos dos inexplicables paredes muy largas que subían en paralelo por el filo de la montaña casi hasta la cima, serpenteando igual que la Gran Muralla china. Hasta que llegamos a una de ellas y el guía nos explicó la larga historia de esas formaciones.
Aunque lo parece, la Muralla China no llega hasta la Patagonia. Es una extraña formación natural.
Corría 1923 cuando un viajero que se internó en esta remota zona de la Patagonia buscando la ciudad de oro de Los Césares dio a conocer en los diarios de todo el continente la noticia de que habían hallado los restos de una muralla de 150 metros de largo por 12 de alto, restos que certificaban la remota existencia de aquel Edén del finis terrae donde se conocía el secreto de la inmortalidad. Pero el fantasioso sueño del doctor Wolf se disipó rápido, porque el hallazgo resultó ser en realidad una formación de origen natural que años más tarde los geólogos llamarían “dique basáltico”. La confusión, sin embargo, era comprensible: dada la perfección de sus simetrías, todavía hoy resulta difícil de creer que su origen no sea humano, como una “gran muralla” de torres simétricas ahora fragmentadas por la erosión.
Con la camioneta detenida al pie de uno de esos diques, comenzamos a caminar junto a la extraña formación observando sus “ladrillos” de basalto, que parecen encajados con la exactitud de una pared edificada por el hombre. Pero la explicación es de otro orden, y es natural: hace 65 millones de años, cuando se estaba levantando la cordillera y la Patagonia era un amplio infierno de volcanes en erupción, la lava brotaba a borbotones desde profundas grietas. Un día la lava dejó de salir y sus restos se endurecieron sobre las paredes de las grietas, formándose así los diques basálticos. En los miles de años siguientes, la erosión fue horadando las laderas hasta dejar al descubierto las resistentes paredes de basalto, de notoria semejanza con la Gran Muralla china.
Estancia Menelik. En la vastedad esteparia, un hospedaje casi ineludible para conocer el Parque.
La estancia La Oriental tiene un perfil de casa de campo que se cierra en invierno, con un mobiliario sencillo y agradable. Sus dueños originales fueron unos uruguayos establecidos en la zona entre 1915 y 1918. En la actualidad La Oriental abarca 16.000 hectáreas, de las cuales seis mil están dentro del Parque, bajo la condición de que el sector protegido no tenga ganado sino que ofrezca servicios para el turismo.
Además la estancia ofrece un camping con luz eléctrica, baño y duchas con agua caliente y cocina.
Entre las delicias que no se deben dejar de probar en el lugar recordamos un suculento cordero al asador preparado por Eduardo Lada, el dueño de la estancia, que oficia de anfitrión, cocinero, mecánico, carpintero, guía, chofer y hasta ayudante de limpieza. Y así y todo le queda algo de tiempo para sentarse a la mesa con sus huéspedes y contarles, por ejemplo, la historia de un llamativo colectivo Studebaker 1957 abandonado junto al casco de la estancia, que es una verdadera pieza de museo. Se trata de un colectivo que perteneció a su padre, un vehículo de línea que unía la ciudad costera de San Julián con el remoto caserío de Lago Posadas, en plena Cordillera. Don Manuel Lada, el padre de Eduardo, todavía aparece por la estancia a sus 88 años. Y se lo suele ver con un overol engrasado, luego de hacerle el mantenimiento al generador eléctrico del cual depende todo en el lugar. Don Manuel fue hasta 1964 el dueño, chofer y mecánico de la línea El Cordillerano, compuesta por un solo vehículo, el mismo que decora sin quererlo la estancia La Oriental desde el día en que no quiso arrancar más.
La otra alternativa de alojamiento para recorrer el Parque es la estancia Menelik, fuera de sus límites pero muy cerca de los principales circuitos. La estancia tiene un casco nuevo bastante lujoso con habitaciones muy confortables, que se levanta en medio de la soledad esteparia. Su historia se remonta a 1920, cuando un inmigrante alemán llamado Juan Broedner adquirió las tierras para criar ovejas. Con la crisis del campo en la década del ’90, la estancia permaneció cerrada varios años, hasta que en 1998 la adquirió una sociedad que la reabrió para dedicarse al turismo y la ganadería.
En las afueras del Parque, un rebaño de ovejas es arreado hacia la esquila.
Una singularidad de la estancia Menelik son sus dos refugios, bastante económicos, con cinco cuartos de entre seis y diez plazas y varios baños. Muy apartada de los refugios está la casa de huéspedes, con habitaciones dobles y un living con un gran ventanal frente a la estepa vacía.
Por lo general los huéspedes se quedan dos noches. Algunos visitan el Parque Nacional dos veces y también realizan alguna cabalgata o caminata dentro de la estancia, que limita con el parque. Además se observa la vida cotidiana del campo: el amanse de los potros de una tropilla, la esquila de las ovejas o el carneo de una vaca. Todos los viajeros llegan en auto, ya que no hay prestadores que ofrezcan excursiones al parque.
El Parque Nacional Perito Moreno fue creado para proteger los ambientes de las provincias biogeográficas de la estepa y de los bosques andino-patagónicos, así como el espacio de transición entre una y otra. Sin embargo, la parte más boscosa del parque no se puede visitar ya que fue declarada reserva natural estricta y sólo se recorre con fines científicos.
El paisaje está compuesto por una sucesión de valles glaciarios con altas montañas, en cuyas partes más bajas hay coloridas lagunas. En ellas, a diferencia del resto de la Patagonia, no se sembraron especies exóticas como la trucha y el salmón. Por eso perduraron los peces autóctonos, como el puyen, la perca y la peladilla. Entre las especies animales protegidas están el huidizo huemul, un ciervo muy pequeño en peligro de extinción, el puma, el zorro, el macá tobiano, que es endémico de Santa Cruz, y unas 80 especies de aves, muchas de ellas migratorias. Pero más allá del valor ecológico inconmensurable del parque, sus paisajes son de una desolada belleza que solamente existe aquí, en la Patagonia más profunda, remota y virginal
Fuente: Página 12 Turismo
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/turismo/9-1699-2010-01-17.html