A 180 kilómetros de la capital sanjuanina, Cuesta del Viento es uno de los lugares más buscados porque combina la aridez de un paisaje lunar con la transparencia turquesa de un espejo de agua.
Cualquier trotamundos un poco despistado podría llegar a Cuesta del Viento y pensar que está frente al célebre Valle de la Luna, solo que éste ha sido ahogado por un gran diluvio.
En el espejo de agua que gobierna el panorama sobresalen apenas las puntas de los altos cerros que alguna vez reinaron en el lugar, transformados ahora en coloridos islotes perdidos en medio de un mar de aguas color turquesa.
Se trata en verdad de un lago artificial en el departamento de Iglesia, San Juan, originado hace diez años por la construcción del dique Cuesta del Viento que, por un azar de la intervención humana, conformó uno de los paisajes más sorprendentes e ignotos de nuestro país.
Es que al llegar a Cuesta del Viento desde la capital por la ruta 150, aparece de golpe la enormidad resplandeciente de un excepcional valle que combina la sequedad de un paisaje desolado con la transparencia caribeña de las aguas.
Dentro del lago, rodeado por montañas de hasta 6.250 metros con un tenue color lila en sus pendientes, sobresalen islotes ermitaños cuyos rectos paredones tienen algo de fortaleza sumergida. Algunos presentan raras formas y otros tienen a un costado los innegables restos de un gran derrumbe ocasionado por la fuerza del viento y del agua.
Todo ese escenario sorprende y -por lo menos a los más fantasiosos- hace pensar que una suerte de Atlántida en ruinas está oculta bajo aquellas aguas de deshielo que se deslizan colina abajo desde las cumbres montañosas. Como telón de fondo, del otro lado del lago, unos rojizos ventarrones de arena suben hasta el cielo con sus remolinos al acecho, amenazantes.
Verdaderamente este lugar hace honor a su nombre, porque hay que saber que quien visita Cuesta del Viento, literalmente "se vuela". Hasta el mediodía la calma se mantiene constante, pero es en ese momento de la jornada cuando la brisa suave gradualmente aumenta su velocidad y entre las 3 y las 5 de la tarde se desata como viento fuerte del sureste.
La potencia eólica es tal que en algunas ocasiones, si no hacemos fuerza con el cuerpo hacia adelante, podemos ir a parar al suelo ante la burla de nuestros acompañantes. En el lago se producen olas y ráfagas de agua que se levantan varios metros sobre la superficie en forma de rocío.
La razón de tanto viento es una especie de embudo que se forma justo donde ingresan las corrientes de aire en el valle. Al estrecharse el paso, el viento eleva su velocidad hasta los 80 kilómetros por hora. En otoño, las temperaturas oscilan entre los 5 y los 25 grados centígrados a lo largo del día, en verano son mucho más altas. El 98 por ciento de los días está despejado y llueve sólo cinco veces al año.
El dique -como es lógico- es uno de los mejores lugares del mundo para la práctica de windsurf. En la playa del Rancho Lamaral, un hostel que se llena de amantes de este deporte, dan clases. Para los más avanzados hay un instructor especializado en saltos, que son el atractivo principal de la zona.
Una disciplina más extrema es el kite-surf, surgido a partir del parapente pero mezclado con el surf y el esquí. La diferencia es que en el kite-surf el impulso lo da el viento -con una vela similar a la del parapente pero más pequeña- y en vez de volar se hacen saltos que pueden llegar a los 15 metros de altura (10 metros es lo normal a una velocidad de 40 km/h).
Salir a explorar los paisajes es una obligación. Ya sea en cabalgata, mountain bike o a pie se ofrecen tours con guías que acompañan esta imperdible aventura. El alquiler de motos y cuatriciclos es la opción elegida por los amantes de la velocidad.
Pasar por “La surfera”, que es un bar considerado casi un monumento fundacional del pueblo de Rodeo. De clásica fachada colonial y estructura de adobe, es catalogado como el mejor "night point" del lugar por su particular decoración, la mixtura de objetos y los extraños seres que lo visitan. Sus dueños sirven inimaginables delicias al horno de barro y los más exquisitos tragos.
Animarse a escalar algunas de las sierras esculpidas por la erosión.
Los que no se atreven a los deportes extremos en el dique pueden alquilar kayac y dar unas vueltas por la costa, o tomar sol en los paradores, que tienen una onda reggae increíble.
Probar las pizzas de "La Morada"… ¡Deliciosas!
Animarse a una bajada de rafting por el río Jáchal, a solo cinco kilómetros de Cuesta del Viento. Esta aventura en gomón comienza cerca de las compuertas del dique.
Fuente: Los Andes Online
http://www.losandes.com.ar/notas/2010/2/14/turismo-471861.asp