Un recorrido por el pasado colonial del pueblo y el circuito de los históricos molinos harineros, al norte de la capital provincial.
El poeta Buenaventura Luna mencionó un lugar que escondía un molino, que cantaba una canción que arrullaba la paz del campo, mientras el agua saltaba en sus paletas. Ese rincón mágico está en Jáchal, 150 kilómetros al norte de la ciudad de San Juan. Viajar hasta allí es viajar al interior de un sueño.
Jáchal es una tierra desértica en la que el hombre supo hacer brotar la mejor agricultura. El trigo se adaptó al valle de sol pleno y Jáchal precedió a la gran pampa bonaerense como proveedora de pan de los habitantes del Virreinato. De allí salió el alimento de los revolucionarios de mayo de 1810. En esa época se instalaron los molinos harineros.
Aquí sobrecoge la generosidad de los jachalleros. Uno se olvida de las ansiedades mientras charla con los lugareños, pierde de vista el reloj y hasta es invitado a amasar unas tortitas jachalleras. Así aprende el secreto de ponerles anís y meterlas en el horno de barro.
En una construcción de paredes de adobe y techo de barro y caña de 1840, el Museo Arqueológico Prieto atesora petroglifos y cerámicas que pobladores precolombinos realizaron hace diez siglos. El recorrido colonial sigue por la iglesia de San José -construida en 1785- además de la antigua vivienda de la familia Bravo y la herrería Balderramo.
Los terremotos no se ensañaron con Jáchal, así que la herencia hispánica persiste en las veredas angostas, las antiguas calles de 12 varas de ancho y las casas que siguen en pie, con líneas simples y gran altura para soportar el calor seco de 40 grados. Jáchal es una ciudad cuadriculada, un perfecto damero trazado sobre la aridez del desierto.
Camino a Huaco por la ruta 491, en La Falda se comen los mejores platos regionales, elaborados con sabiduría ancestral. A unos 15 km de Jáchal está el dique Los Cauquenes y luego se cruzan las serranías del Valle Fértil. Entonces, entre cerros coloridos, aparecen La Ciénaga, un arroyo de aguas curativas y finalmente un mirador. Surge el valle de Huaco, que se ofrece a la contemplación, lleno de vida vegetal en medio de una región reseca. El pueblito conserva sus casitas de adobe, no existe el apuro aquí. El tiempo se ha detenido.
Otro circuito sigue la ruta 150, que une Jáchal con Chile en dirección a La Serena. A 11 km de la ciudad, cerca del dique Pachimoco, un camino lleva a la cima del Cerro Mogote. En cada tramo de la subida de 1.400 metros se descubren paisajes asombrosos y, en la cima, una antigua fortaleza aborigen.
De la ruta sale un atajo que llega a la garganta del río Jáchal. Las aguas que bajan en tropel de la Cordillera, encajonadas en una garganta de piedras, crean un momento estremecedor. El piso vibra bajo los pies, un acontecimiento que ocurre desde hace millones de años.
La zona de Jáchal está lejos de ser abrumada por el turismo. En los alrededores hay cámpings, sosegados lugares de recreo y caminos sencillos. A cinco kilómetros de Jáchal, Sardiña es el primer hito de un circuito que revaloriza los molinos históricos de la zona. Está integrado a un complejo de edificaciones de adobe, paja y cañas, con primer piso y sótano, del siglo XIX.
En el Molino de García, que volvió a moler trigo, se conserva la herrería y la carpintería donde estos colosos eran reparados. Los molinos de Jáchal fueron declarados Monumento Histórico Nacional. También resucitó el molino de Dojorti, en Huaco. Dicen que empezó a girar en 1790 y se quedó quieto en 1968. Están también los molinos de Escobar, en Villa Iglesia, y Bella Vista.
El agua salta fresca en las paletas. Se escucha el sonido del molino, que arrullaba el vallecito solar del poeta.
Aquí vivió su niñez Buenaventura Luna, quien les puso letra a estas maravillas: "Yo quisiera volver a ver tu viejo molino mientras rueda mortecino el sol al atardecer".
También hay lugar para las actividades náuticas en Jáchal. Para pescar, se navega a la deriva, con línea de flote o con balancín y boya cordobesa. Se usan anzuelos número 1 encarnados con mojarra para pescar los suculentos pejerreyes del dique Los Cauquenes, codiciados por los pescadores más experimentados.
Sin embargo, cualquier principiante con una caña puede tener suerte y sacar ejemplares brillantes y luego cocinarlos en el camping, a 15 km. del centro de Jáchal.
También se puede practicar motonáutica, esquí y windsurf. Cerca de allí comienza a oírse un rugido que parece salir de una cueva. Es el estruendo de las aguas que se atropellan en una caja de piedras: la Garganta del Jáchal, el río que aguas abajo convierte el desierto en un huerto y hace trabajar los molinos.
Aquí se mete en un cañón de paredes de 30 metros de altura y 6 metros de ancho. Abundan los rápidos, saltos, curvas y contracurvas, ideales para el rafting y el kayaking. El mejor lugar para el windsurf es el dique Cuesta del Viento. Allí, un embudo concentra las corrientes de aire y las lanza sobre las aguas, a 80 kilómetros por hora.
Fuente: Clarín Turismo
http://www.clarin.com/suplementos/viajes/2009/12/13/v-02060769.htm