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Publicado: 20/06/2010
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Fuente: Diario Perfil

Sobre un lago prehistórico, un “aeropuerto” sin free shop para perseguir al viento; en medio de la nada, el diálogo inconcluso de los científicos y el cosmos. Así de contundente es el sudoeste de San Juan.

Tal vez no sea una novedad, pero vale la pena repetirlo: la Cordillera de los Andes tiene mil caras. Lejos de la fisonomía baja y relativamente suave del sur de la Patagonia, y más lejos aún del cordón que se mete en el mar Caribe, en el sector central de Argentina, las montañas americanas cambian de vestido y de propuesta. La porción que le corresponde a la provincia de San Juan sigue en la escala de Mendoza y, a la altura de Barreal, el cerro Mercedario refleja blanco hacia el cielo desde el glaciar que lo corona, a 6.772 metros (el Aconcagua alcanza los 6.959 metros).

No es casualidad, además, que la provincia que celebra cada febrero la Fiesta Nacional del Sol ofrezca cientos de actividades al aire libre durante todo el año. En la localidad de Barreal, a 180 kilómetros de la ciudad de San Juan, están asegurados entre 260 y 300 días de cielo abierto por año y, aunque en otoño e invierno hiele al amanecer, el astro diurno calienta el ambiente hasta esconderse. Y de noche, la luz no se apaga, su resplandor hace que la luna alumbre las curvas del relieve y las estrellas luchen por brillar intensamente en uno de los cielos más limpios de América.

Recorridos

En este pueblo del partido de Calingasta, al sudoeste de la provincia, los álamos marcan el camino; el valle es prácticamente virgen aunque la fila de árboles recuerda que hay un recorrido por hacer. El cuadro es claro: la cordillera de fondo, el río Los Patos y la alameda que lleva a la planicie, verde a fuerza de riego.

Desde allí, las opciones para entrar en el corazón de los Andes son dos, a pie o a caballo. Muchos alpinistas eligen el cordón de Ansilta para sus travesías; el bloque montañoso de siete picos, que van de los 5.116 metros de altura a los 5.780, es un desafío exclusivo para expertos. El Mercedario también se escala, aunque todavía no cuenta con infraestructura suficiente para lanzarse a la aventura sin permiso, como en el Aconcagua.

Las excursiones a caballo por la Ruta Sanmartiniana no requieren tanta preparación, pero no por eso se precisa menos valentía que en la escalada. La opción más larga dura seis días y reedita la travesía del Libertador hasta el límite internacional, ida y vuelta. Con las comidas y los servicios cubiertos, y el descanso organizado por los guías en campamentos, es una semana para olvidarse de la civilización. Hay que hacerles caso a las recomendaciones de los instructores y confiar en los pingos, que marchan sin prisa y sin duda hacia la frontera con Chile. Esta travesía se organiza entre diciembre y marzo, cuando la nieve cede el paso y los ríos corren al compás del deshielo. Pero eso no es todo, hay una opción más corta para pasar el día dentro del Parque Nacional El Leoncito, a 20 kilómetros de Barreal, que incluye un trekking por el circuito de agua bordeando los arroyos que lo cruzan y una cabalgata por la precordillera, con Ansilta, el cerro Mercedario y la cima del Aconcagua como referencia durante todo el camino.

El lago seco

Al día siguiente, otra es la historia y hay que cambiar los caballos por un carro a vela. Todo comenzó hace 180 millones de años, cuando la Cordillera de los Andes empezó a elevarse y, al mismo tiempo que se proyectaba hacia el cielo el cordón montañoso más joven del planeta, pedazos de mar quedaron atrapados y se secaron. Así se formaron el salar de Uyuni, en Bolivia, las Salinas Grandes jujeñas y, en San Juan, una laguna de diez kilómetros de extensión y cinco de ancho, que se elevó junto con la placa sudamericana y dejó al descubierto el suelo arcilloso al perder humedad. Hoy, esta suerte de playón natural ubicado a los pies de los Andes y fuera del área protegida por Parques Nacionales, cumple las funciones de aeropuerto sin free shop –en septiembre de 1986, el ex presidente Raúl Alfonsín, en vuelo oficial, la utilizó para aterrizar cuando fue a inaugurar el Complejo Astronómico– y pista para motos, autos, y todo tipo de vehículos. En este lago seco, conocido como el Barreal Blanco o la Pampa del Leoncito, el horizonte se funde con el cielo y la velocidad la propone el viento. El carrovela es una especie de carting, pero sin motor ni frenos, que avanza cuando la vela se coloca perpendicular al viento, que llega a soplar a más de 30 kilómetros por hora y, entonces, el carro alcanza los 80 kilómetros por hora. El pelo vuela y los pies se mantienen firmes en la estructura del vehículo; el desplazamiento es al ras del piso y la experiencia, para no olvidar.

Los Patos

A una hora de Barreal, el río Los Patos viene bajando del Aconcagua y atraviesa el Valle de Calingasta. Los turistas dan con él, justo en este punto sanjuanino. Con el bote en el agua, el casco y el salvavidas puestos hay que estar listo para otro tipo de aventura: el remo se toma de la punta y del centro y todos hacen fuerza a la vez, porque el trabajo es en equipo.

Con dificultad grado tres –o más en el curso superior–, este rafting es ideal para realizar en primavera y verano, cuando el río baja con más fuerza. La excursión, de 80 minutos o de pic nic y día completo, es la más exigente. También hay otras de baja dificultad, aptas para todo público, de tres cuartos de hora.

Paisaje estelar

Con un control remoto y un telescopio no muy impactante ubicado afuera del edificio, la guía del Complejo Astronómico El Leoncito (Casleo) invita a viajar con la imaginación y a corroborar con la vista la inmensidad del universo. Los anillos de Saturno, los océanos de la Luna y la Vía Láctea ya no son sólo conceptos a visualizar mentalmente cuando desde la ciudad tratamos de imaginar un cielo estrellado. De noche, en el Parque Nacional El Leoncito, el viento sopla suave y el cielo se deshace de sus pocas nubes, como si la noche lo animara a mostrarse tal cual es. “Ahora van a ver un grupo de miles de luces. Es un cúmulo abierto, un grupo de estrellas nuevas”, explica Claudia, la guía, y asegura que esta noche no hace tanto frío, mientras el auditorio, con gorros de lana y ponchos improvisados, sopla entre las manos y junta bien las piernas protegiéndose del aire del Sur.

El blanco de las paredes del observatorio resalta en la oscuridad y afuera hay que sacar fotos sin flash, porque la luz de las cámaras puede alterar la percepción del Jorge Sahade, el telescopio reflector ubicado dentro del complejo. Con un espejo primario de 215 centímetros de diámetro, uno secundario de 65 y 40 toneladas de peso, éste está reservado al uso de los científicos, quienes, desde todo el mundo, presentan sus proyectos astronómicos con más de un año de anticipación, para permanecer según requieran.

Los astrónomos duermen de día y se despiertan con la luna, al menos durante su estadía en El Leoncito. Y existe la posibilidad de convivir con ellos, de dormir en las habitaciones del Casleo, con pensión completa, visita diurna a las instalaciones y observación nocturna, sin que falte el paseo por el piedemonte de la precordillera. Estos recorridos también se realizan sin pernoctar, y los guías del paseo espacial, a disposición del Complejo, no tienen límite de tiempo: la duración de las actividades la determina la curiosidad de los viajeros.

Fuente: Diario Perfil


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