La pequeña comarca rescata las tradiciones europeas y destaca lo mejor de la Patagonia en su gastronomía.
Hace dos veranos nos embarcamos en un viaje sin tiempo hacia el sur argentino, en el vehículo familiar sin alojamiento contratado en ningún sitio, nos quedábamos dónde mejor nos venía. Eso permitió que los casi 6.000 km recorridos -ida por la cordillera hasta Esquel y de allí a Madryn y Península de Valdés, luego de intensas jornadas de playa, regreso a Mendoza- fueran distendidos, descansando lo necesario y eligiendo cada estadía a nuestro antojo.
Por ejemplo, llegamos a El Bolsón un día en que la feria estaba cerrada, nos quedamos 3 días -aunque teníamos pensado llegar a La Angostura para la noche-. Consideramos que las artesanías son una debilidad y nadie pisa la villa andina sino bebió su cerveza, probó sus dulces y conversó con los viejos hippies, alguno de los cuales hoy son pequeños empresarios.
Bariloche era uno de los lugares en los que haríamos una estadía más prolongada, no sólo por los atractivos turísticos, sino porque resulta más fácil encontrar alojamiento de último momento y excelentes precios.
Veníamos con un clima excepcional, tomando sol en las playas de los lagos de San Martín de Los Andes, del Nahuel Huapi en La Angostura y Bariloche nos recibió con una tupida llovizna de invierno, la noche nos encontró paseando en la calle principal y advertimos que los carteles publicitarios, que además dan la hora y la temperatura, indicaban 0º.
El día siguiente amaneció nevado y en pleno enero nos vimos en las galerías comprando gorros, bufandas y camperas porque el pronóstico indicaba una seguidilla de días con nieve. Por supuesto el frío no impidió hacer todos los circuitos de los alrededores, por el contrario, descansamos del intenso calor de las rutas.
Uno de estos días sin agenda -aunque con dos guías turísticas en la mano- llegamos a Colonia Suiza. Una lluvia torrencial nos precedía, la feria de artesanías en el centro del poblado, con su entidad comunal nos brindó el reparo necesario.
Lo sorprendente fue experimentar la amabilidad de los pobladores, el que pasaba nos daba la bienvenida y nos indicaba los sitios para visitar. Era miércoles, día de curanto, especialidad de la zona transmitida de generación en generación.
Los Goye nos explicaron la tradición de la comida, mientras tanto verduras y carnes frescas en trozos esperaban en un mesón, el fuego estaba presto y gente de la ciudad y turistas llegaban para el festín. Al comienzo no entendíamos mucho eso de cocinar en piedras calientes y tapado con tierra, ni la mezcla de productos.
La curiosidad hizo que esperáramos dos horas para disfrutar del menú, tiempo suficiente para recorrer casas de té, comprar dulces, artesanías e interactuar con los habitantes cuyo trato familiar hace olvidar cualquier inclemencia.
Curanto es una palabra de origen araucano que significa "piedra caliente" costumbre que viajó por el Pacífico desde la Polinesia hasta el sur de Chile, donde sus ingredientes principales son pescados y mariscos.
Los colonos suizos ingresaron a la Patagonia argentina luego de haber vivido en el país trasandino y de aprender esta costumbre culinaria. Aquí debieron reemplazar por carnes (cerdo, cordero, res y aves) los productos de mar.
En un hueco de poca profundidad de forma rectangular hay fuego y sobre la leña piedras calientes en las que colocarán los alimentos -papa, batata, zanahoria, arvejas, queso, zapallo, pollo, carne vacuna, cerdo, cordero, achuras y manzana cubiertos con hojas de pangue, luego telas de arpillera y finalmente tierra.
En poco menos de dos horas estuvo listo el almuerzo. Una cerveza artesanal y buena música en vivo acompañó al plato. Ya del frío nadie se acordaba.
Fuente: Los Andes Online
http://www.losandes.com.ar/notas/2010/2/14/turismo-471859.asp