Entre Villa La Angostura y San Martín de los Andes, en el corazón del Parque Nacional Nahuel Huapi, está Villa Traful. Crónica de una visita a este bellísimo rincón del sur de Neuquén, con picos nevados alrededor de un lago, bosques de lenga y ciprés y un pueblito de 500 habitantes con calles de tierra.
Un desvío de ripio que nace en la Ruta de los Siete Lagos nos lleva a un poblado de casas de madera desperdigadas sobre una ladera frente al lago Traful. Al atravesar los bosques en galería que cubren el camino la sensación es la de haber descubierto un pueblito secreto escondido entre las montañas. “¿Qué sentido tiene viajar a Suiza, si tenemos un lugar como éste en la Patagonia?”, me dijo el dueño de unas cabañas al pie de los picos nevados en Villa Traful, y no encontré argumentos para decirle que era un exagerado.
El centro de todo en Villa Traful es el lago, que ocupa la parte baja de un gran anfiteatro natural de cumbres nevadas, donde pacen vaquitas y ovejas en los prados y faltan rigurosamente las muchedumbres, los restaurantes de alta cocina, los hoteles cinco estrellas, los cibercafés, los bancos, el gas natural, el ruido y la contaminación. Un generador provee la luz eléctrica al pueblo y hay un negocio donde se prepara el chocolate artesanal más rico del universo, que aquí se cierra en sí mismo.
Lo que abunda en Villa Traful son los arroyos de deshielo que bajan por la montaña para alimentar lagos transparentes y un aire purísimo con aroma a verde como pocos. También hay añejos ñires y retamas florecidas de amarillo furioso, y hasta un bosque de cipreses sumergido, cuyos troncos se mantienen en pie en el fondo del lago Traful.
La razón principal de que Villa Traful y su entorno sean un santuario natural en excelente estado de conservación es que el pueblo está rodeado en todos sus límites por la zona norte del Parque Nacional Nahuel Huapi. La villa surgió en 1936, cuando las autoridades del primer Parque Nacional del país cedieron el terreno a la provincia para que hiciera un loteo y organizara a su mínima población, ahora compuesta por una curiosa mezcla de mapuches, criollos mestizados, inmigrantes del resto del país y algunos norteamericanos instalados en el paraje desde comienzos del siglo XIX.
El perfil turístico de esta villa se configuró a raíz de su excelente pesca de salmón encerrado. Pero cuando los pescadores aficionados a la soledad y a los paisajes de extrema belleza comenzaron a contarles a los amigos cómo era el lugar donde pescaban, comenzó el flujo de viajeros. Así fue que tuvieron que compartir su paraíso perdido... y no son pocos los que se arrepienten de haber revelado el secreto. Algunos de esos visitantes se quedaron a vivir, y como de lo único que aquí se puede vivir es del turismo –la caza está prohibida y la pesca es con devolución– surgieron en cuentagotas algunas hosterías y restaurantes administrados por gente que optó por un cambio radical, ya que los inviernos son duros y bastante solitarios. De todos modos, el lugar no ha perdido su encanto virginal. Los complejos de alojamiento son nueve y los restaurantes apenas ocho, que además no funcionan todo el año, ya que en invierno casi no llegan visitantes.
Villa Traful ha sido en general un circuito alternativo para recorrer en el día desde Bariloche, Villa La Angostura o San Martín. Pero ahora lo que se proponen los locales es que sea al revés: que la gente se instale en Villa Traful y, si apremia la abstinencia de modernidad, en un promedio de dos horas de viaje se puede llegar a alguna de esas tres ciudades para ir a bailar, hacer compras o ir al casino. Aunque eso en verdad no ocurre nunca, porque el que elige Villa Traful en general no quiere saber nada con todo eso.
Desde el puerto de Villa Traful partimos navegando en un gomón con motor fuera de borda para visitar la rareza de un bosque de cipreses semisumergido en el lago. Se trata de alrededor de sesenta árboles de hasta 35 metros de altura que permanecen erguidos, con sus troncos y ramas deshojadas dentro del agua. Las copas se elevan junto a la embarcación, pero la transparencia de las aguas permite ver completos los troncos de estos cipreses que murieron de pie y no se pudren por las bajas temperaturas del agua. La explicación de este extraño fenómeno es que un sector de la ladera de la montaña se desplazó hacia abajo, adentrándose en el agua a raíz de una falla en la elevación de la cordillera. En total hay 60 cipreses sumergidos en pie y muchos coihues caídos en el fondo, ya que sus raíces no tienen igual resistencia.
El lago inmóvil como un espejo se quiebra al paso de la embarcación. Estamos en el centro de un valle de origen glaciario alimentado por vertientes cristalinas de deshielo. Y de repente el guía se emociona porque aparece nadando a babor un falaropo, un ave pequeña y estilizada que parece un patito pero, por lo visto, es una “figurita difícil” casi imposible de avistar en este lugar, probablemente perdida por alguna tormenta. Pero también vemos muchos cádices, unos insectos que nacen en el agua y abandonan su estado larvario mientras flotan en la superficie hasta que se le secan las alas y vuelan a completar el proceso reproductivo antes de morir. Algunos, sin embargo, no lo logran: antes se los comen las truchas que vemos pasar como un rayo debajo de la embarcación.
Desde la lancha es posible zambullirse en el lago para hacer snorkeling. Otra alternativa es contratar una excursión de buceo –se exige ser buzo certificado– para vivir la experiencia alucinante de nadar entre los cipreses sumergidos, que en la práctica es como volar en cámara lenta entre los vericuetos de un bosque fantasmal.
El mirador sobre el lago Traful, a pocos kilómetros de la pequeña villa.
Desde Bariloche son 100 kilómetros (1600 desde Buenos Aires), primero por la Ruta Provincial 237 hasta Confluencia y luego la ruta 65 (los últimos 35 kilómetros son de ripio en buen estado). Otro tanto hay desde San Martín de los Andes.
Se puede llegar en avión a Bariloche, y desde esa ciudad hay ómnibus diarios hasta Villa Traful de las empresas Al-Bus, Sita y Vía Bariloche. También hay micros directos desde San Martín de los Andes y Villa La Angostura (Micros La Araucana).
Fuente: Página 12 Turismo