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Publicado: 28/11/2010
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Fuente: La Nación Turismo

Durante años no fueron más de tres mil, cuatro mil con toda la furia. Después, a fines de la década del 90, la cifra empezó a crecer. Sin prisa pero sin pausa al principio, en forma explosiva a partir de 2002 y 2003 (por un mix de razones, dicen los que saben, que van desde la instalación de la red de gas, la fibra óptica o el asfaltado de la ruta 231 hasta las crisis económicas o de seguridad por demás conocidas). Hoy, en Villa La Angostura viven 17.000 personas, un número inimaginable hace apenas una década.

Para los nyc o nacidos y criados -que se cuentan con los dedos de una mano- es una locura de gente, claro. Y de proyectos: nuevos loteos, complejos de cabañas que abren cada temporada, locales que se multiplican sobre la avenida Arrayanes, cocina cada vez más sofisticada. Incluso hay planes para duplicar la superficie esquiable de Cerro Bayo -el llamado centro de esquí boutique de La Angostura-, y agregar hoteles de montaña, casas adentro de las pistas y hasta una cancha de polo en la altura.

Pero, la verdad, para el turista que llega a este rincón neuquino a disfrutar de sus bosques y lagos, de las retamas que por esta época estallan de amarillo, la villa sigue siendo un pueblito de cuento, aquella aldea de montaña que nunca perdió su esencia. Seguramente, porque supo expandirse en forma armónica, con un código edilicio que se respeta a rajatabla desde hace más de 20 años: casas de piedra y madera, cero edificios, un número limitado de camas por establecimiento hotelero, prioridad en la conservación del bosque nativo o un estricto control en el fraccionamiento de los loteos son algunas de sus claves.

Y, pese a su crecimiento desbocado, 17.000 habitantes todavía suena a poco en comparación con otros destinos del sur argentino. Bariloche (a apenas 80 km), por ejemplo, es desde hace tiempo una ciudad con todas las letras, o San Martín de los Andes, la competencia más directa, ya alcanza los 35.000 vecinos.

Y acá, en la villa, todavía se vive a ritmo de siesta, con esa rara mezcla de aires pueblerinos y refinamiento en sus ofertas. A hoteles de primera línea como el Correntoso o Las Balsas se sumaron, en los últimos dos años, unos cuantos cuatro estrellas, desde Luma y El Faro hasta Sol Arrayán, con impactante vista al Nahuel Huapi y restaurantes abiertos durante todo el año.

Porque la gastronomía angosturense tiene fama bien ganada, con alternativas para todos los gustos. No faltan opciones gourmet estilo Las Balsas, cuya cocina está en manos del genial -y más que premiado- chef Pablo Campoy, que por estos días presenta platos comocarrilleras con risotto de papas y crema de porcini y trufa (entrada ), cordero en dos cocciones, puré de arvejas y taboule de quinoa (plato principal) , o espuma de dulce de leche con granita de frutos rojos y biscuit de coco (postre) .

Más descontracturado, Tinto Bistró, el restaurante de Martín Zorreguieta, juega con su decoración de manteles de papel y crayones, mesas iluminadas con candiles y una ambientación onda cantina de los años 60. El menú, más bien ecléctico, fusiona técnicas orientales y mediterráneas con lo mejor del bosque patagónico, con platos como Pulp fiction (pulpo a la española), currito de la casa (curry del día), kasikurados (carpaccio de langostinos) o berretín fashion (crème brulée). Hay que decirlo: muchos llegan para ver al hermano flaco y simpático de la princesa Máxima. Pero si la primera vez vienen a chusmear, la segunda lo hacen porque, sinceramente, se come muy bien.

Las buenas mesas también están presentes en el Encuentro de Chef en Altura, que en 2011 irá por su octava edición. El famoso evento culinario es parte de una nutrida agenda que tiene a la villa bastante ocupada round the clock , con actividades durante prácticamente todos los meses del año. Entre las más destacadas está la K 42, que el secretario de Turismo Juan José Fioranelli no duda en calificar como "la maratón de montaña más importante de América latina". Lo cierto es que todos los años, a mediados de noviembre, la villa recibe un aluvión de corredores (cerca de 2000, sin contar a la hinchada) enfundados en remeras rojas, una muy buena inyección de turismo en temporada baja.

Si de turismo se trata, enero es el mes imbatible del año en cantidad de visitantes. Predomina el viajero argentino, sea porteño, cordobés, santafecino o mendocino. En febrero, en cambio, se escucha puro acento chileno (también en septiembre, durante las fiestas patrias del país vecino); el invierno está copado por brasileños (este 2010, sin ir más lejos, se triplicó el presupuesto de promoción de la villa en San Pablo, Curitiba y Río de Janeiro), y los europeos y norteamericanos se quedan con noviembre, cuando arranca la temporada de pesca, o marzo y abril, cuando ya termina.

Una historia más

El centro de la villa, de apenas un puñado de cuadras, es un clásico para deambular al final de la tarde y dejarse tentar por los chocolates y ahumados. Para quemar calorías hay opciones de sobra, desde travesías en mountain bike hasta trekkings y cabalgatas. Algunos incluso eligen caminar los 12 km hasta el célebre Bosque de Arrayanes (en lugar de hacerlo a bordo de alguna embarcación), aquel que según la leyenda inspiró a Walt Disney para su película Bambi . Y aunque la realidad es que el gran dibujante jamás estuvo por estos parajes, el bosque es ciertamente único: son mil hectáreas de esta especie color canela que suele crecer como arbusto, pero que aquí toma el porte de grandes árboles.

Pero la clásica postal de La Angostura, más allá de sus bosques y su horizonte recortado por montañas, es el Nahuel Huapi. No hay forma de no tropezarse con el lago y sus tonalidades, que varían según la luz del sol, y que envuelven a toda la villa.

Se lo puede disfrutar en una embarcación de vela, a nado (sólo para valientes y en verano, claro), en kayak... Guiados por Pablo, nosotros elegimos esta última opción. Lo curioso es que en las tres horas y pico que dura la travesía, no nos cruzamos con un alma en aquella inmensidad de agua (nada menos que 550 km2). Entre remada y remada, Pablo nos señala la casa donde supuestamente vivió Hitler tras huir de Alemania (y seguimos sumando leyendas...), nos marca el acantilado desde donde se lanzó un auto al agua para el rodaje de una película ( La vida según Muriel ), nos cuenta cómo ayudó a planear una propuesta de matrimonio... en una salida de kayak (con champagne incluido y un violinista que esperó en una playita a orillas del lago).

La historia de Pablo podría ser la de cualquiera de los tantos que echaron raíces en estos pagos. Hasta hace ocho años trabajaba en la banca privada, en plena city porteña. Su mujer, Marcela, también era empleada de una megaempresa. Un día, poco después de volver de unas vacaciones por el Sur, se miraron, se preguntaron qué hacemos acá , armaron las valijas y se instalaron en La Angostura. Así como suena. Hoy tienen una casa con vista al lago, un hijo que crece entre bosques espesos de coihues, horarios de trabajo flexibles y el raro privilegio de sentirse en paz.

Fuente: La Nación Turismo


Ver el original en: La villa que no quiere dejar de ser villa.
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