Días de descanso y spa a orillas del Nahuel Huapi, con excursiones de aventura entre bosques y montañas.
Hay que prestar atención a las señales que envía la naturaleza. En la ruta hacia Villa La Angostura, Neuquén, vemos al otro lado del lago una curiosa montaña con forma de perfil humano: es el cacique Meliqueo durmiendo, dicen aquí. Al entrar al hotel Sol Arrayán, lo primero que se ve por los enormes ventanales, en la orilla de enfrente del Nahuel Huapi, es el cerro Dormilón. Y ya en la habitación, una enorme cama desde la que se divisan el lago, los cerros, el bosque. Tres señales: éste es, sin dudas, el sitio perfecto para descansar y alejarse del estrés cotidiano.
Todo el hotel, que inauguró hace dos años, balconea en forma semicircular al lago, y por el enorme ventanal del lobby entra a pleno el sol, y casi parece que el lago pudiera tocarse. Recostado sobre la ladera de la montaña, entre la ruta y las aguas, el hotel tiene 7 pisos pero no parece: se ingresa por el quinto, y en el sexto, un amplio y luminoso bar tienta con tragos y mullidos sillones. Y si no fuera suficiente, en el tercero, ladera abajo, la piscina in-out llama con un enorme deck con mesas y reposeras, y a un lado, el spa, en cuyo sauna vidriado se puede transpirar admirando las quietas aguas del lago.
El spa de Sol Arrayán ofrece distintas terapias, desde armonía y relajación a dermocosmética, salud holística y terapias naturales de la Patagonia -fangoterapia cordillerana, algas, frutos del bosque o chocolate. El equipo de masajistas está dirigido por los kinesiólogos Julieta Ruiz y Sebastián Cazeneuve, y los tratamientos, a la vez que relajan, tratan contracturas o dolencias de larga data.
El complemento ideal para unos días de relax y mimos para el cuerpo son los paseos en la naturaleza, que también masajean, pero el espíritu. Como una salida en kayak por un lago transformado en espejo. Bajo la guía de Lola Moreno Philip, de Nomades Turismo, remamos hasta la isla De la Guardia, bajo un cielo que ya empieza a sonrojarse, y tras una pausa, regresamos a Bahía Manzano en un plácido atardecer.
O una visita al Bosque de Arrayanes, en el extremo de la Península de Quetrihué, a pie o en mountain bike por un bellísimo sendero de 12 km. Mejor si el guía es Diego Meier, que al ser biólogo, recompensa el esfuerzo con informaciones sobre la flora y fauna del lugar. En medio del denso bosque de coihues aparecen cipreses y radales, y es un placer encontrar cada tanto algún pájaro carpintero, con su despeinada cresta roja.
Luego de recorrer el bosque color canela y la casa de té -de cuento- construida por la familia Lynch en la década del 30, se regresa navegando. Se puede optar por el catamarán que circula regularmente o por una embarcación privada, como la María Elena, conducida por el guía Nicolás Olivieri.
Este regreso incluye bebidas frías o calientes y pesca con trolling. Nicolás también hace excursiones a la otra orilla del lago, donde se visitan -asado incluido- casas de pobladores locales. Otra opción de aventura es el canopy en la cascada del río Bonito, en las laderas del cerro Bayo. Se cruza el cañadón por tirolesas de 200 metros, a 70 metros sobre el lecho del río, al cuidado de Facundo García y Martiniano del Cerro. Con luna llena, el canopy nocturno incluye brindis y picada.
Al regreso, nada mejor que una zambullida en la pileta climatizada o un paso por el yacuzzi, antes de una cena calma en el restaurante, con las olas del lago meciéndose allá abajo. O, por qué no, un masaje integral a cargo de Lorena Meier -del equipo del spa. Se garantiza que luego de este masaje ya nada se ve igual: el lago y los coihues parecen (aún) más calmos; los colores del cielo, más suaves y equilibrados. La sensación se parece mucho a recuperar, al menos por un tiempo, la armonía con el mundo.
Fuente: Clarín