El desierto negro de la Payunia, único en el mundo, es apenas una porción de esta sorprendente área volcánica protegida donde se levantan 830 conos extinguidos. Un lugar complejo, bello y poderoso, valorado como un tesoro por los científicos que exploran la vida actual y encuentran en ella un testimonio del pasado.
Dijo Mario Benedetti cierta vez: “En algunos oasis, el desierto es sólo un espejismo”. Quién sabe si el poeta y escritor uruguayo anduvo por aquí, pero bien le cabe a la Payunia todo el esplendor de su frase. Ubicada unos 180 kilómetros al sudeste de Malargüe, la reserva natural más grande de Mendoza abarca 442.996 hectáreas y su nave insignia es, ante todo, un lugar que sorprende a quien llega por primera vez esperando ver sólo algunos volcanes y suelos áridos.
Verdadera joya para los científicos, la Payunia posee de más de 2000 conos en toda la región (algunos realmente perfectos), en tanto los 830 picos del estricto sector protegido se levantan en medio de suelos multicolores, fauna y flora autóctona. Sectores de una singularidad vigorosa, como Pampas Negras, muestran una superficie única en el mundo por forma y dimensión, y extensas coladas basálticas comparables con otras presentes en Islandia, Hawai y... Marte. El requisito es entonces tener los ojos siempre abiertos y el dedo índice ágil para la fotografía, para disfrutar de los paisajes y enseñanzas del rincón más curioso del sur mendocino.
Podría decirse que todo Malargüe es un área de transición geológica: en pocos kilómetros es posible encontrar restos de vida humana, fósiles marinos y otros terrestres. Por ejemplo, se están estudiando huellas en las cuevas de Manzano y las bardas del cerro Mesa, que hablan de humanos con unos 12 mil años de antigüedad. De ser así se estaría frente a una de las más antiguas poblaciones de América. Muy cerquita, fósiles marinos de varios períodos y otros de tipo continental terrestre (como el ictiosaurio del período mesozoico-jurásico hallado en Manqui-Malal) yacen bajo la misma tierra.
La diversidad geológica hace única a la región, que puede mostrar –a diferencia de otros sitios– “fenómenos sobre fenómenos”, es decir, distintas explosiones volcánicas, distintos restos fósiles, distintos vestigios de la antigüedad, unos sobre otros en un mismo lugar. Cabe conjeturar que si hubo vida humana hace unos 12 mil años y estos volcanes tuvieron su mayor actividad entre once y siete mil años atrás, aquellos ancestros fueron espectadores directos de los brutales estallidos y movimientos del suelo, ante paisajes de ríos de lava y cielos de ceniza. En esa singularidad, la Payunia es una gran ventana a la formación de la tierra, un territorio que aseguran está en “lista de espera” para ser declarado pronto Patrimonio de la Humanidad. “Cuando la placa oceánica se introdujo debajo de la continental, elevó la Cordillera de los Andes y tomó un ángulo muy profundo que hizo presión directamente sobre el magma. Desde ese momento empezó a provocar escenarios para volcanes, en lo que se conoce como el Corredor de Fuego, mencionados como de retroarco, es decir que empezaron a explotar mucho después por la zona posterior a los picos cordilleranos que tienen millones de años.” Esa placa que estaba abajo nunca se quedó quieta, sino que con cada movimiento producía en la zona una gran cantidad de cámaras magmáticas que tiempo después salieron con furia por medio de estos volcanes.
La propuesta invita al Circuito Volcánico, que puede llevar uno o varios días, alternando campamentos y exploraciones en el cielo con aparatos especiales del Observatorio de Rayos Cósmicos Pierre Auger, otro orgullo local. Nuestro recorrido, de día y medio, comienza en plena ciudad cuando Germán Cara, guía de Aires de Libertad, propone llegar a lo que él denomina “lo mejor” de Malargüe: “Si bien tenemos territorios espectaculares como la Caverna de las Brujas, los picos cordilleranos, lagunas y aguas termales, hay otras cavernas, lagunas, montañas y termas en varios lados del país y el mundo. Pero un territorio como Payunia no hay en todo el planeta”, asegura.
La salida implica levantarse temprano para llegar en dos horas a la reserva, recorriendo la mítica RN 40. La llegada a La Pasarela, un majestuoso cañón lávico de dos kilómetros y medio que es la puerta de entrada al mundo de los volcanes, es lo primero que llama la atención: al estallar uno de los volcanes desprendió lava basáltica que salió de mucha profundidad y corrió, compacta, como un mármol negro lustrado con cera.
Esta formación, llamada pâhoehoe por los hawaianos, avanzó provocando cavernas internas dadas por el enfriamiento del ambiente, mientras su río principal seguía adelante. Cuando se encontró en el camino con el río Grande, lo pasó de largo cortándolo y formó un dique natural. Con el tiempo, el agua de deshielo comenzó a subir y su temperatura primero solidificó ese otro cauce de lava incandescente y luego lo resquebrajó, metiéndose en las grietas hasta hacer de ellas este gran cañadón.
La cita siguiente a La Pasarela es Pampas Negras, un horizonte cubierto de areniscas y pequeños trozos de rocas de un negro poderoso esparcidas a través de nubes oscuras a muy baja altura. Una media hora después se llega al volcán Las Bombas, exhibición de gotas petrificadas que fueron eyectadas de los cráteres, todo un testimonio de lo que ocurrió cuando las erupciones eran frecuentes. Regadas sobre la cara oriental, las “bombas” soltadas al cielo –que al solidificarse cayeron con perfectas formas circulares– hacen estremecer a cualquiera que las toque, con ejemplares cuyos diámetros van de unos centímetros a un par de metros.
La parada siguiente nos lleva a Los Colores, nombre que resume los rojos, negros y azules del suelo, mezclados con el radiante amarillo de los coirones (una de las pocas especies vegetales que soportan estos suelos) y un cielo habitualmente azul. Esa gran pintura de tonalidades llamativas da paso al Museo de Cera, nombre que desplazó al original Los Troncos, donde se encuentran figuras curiosísimas, especialmente de animales (un topo, dos ballenatos, un zorro) sobre el filo de una ladera rojiza, mirador de otros conos lejanos. A esa altura uno ya encuentra formas en todo lo que ve.
La hora del almuerzo encuentra al grupo camino del Real del Molle, un arbusto de unos ocho metros de diámetro que a simple vista parece feo y no dice nada. Pero un par de datos hacen que se lo mire con otros ojos y la imaginación vuele un rato: “Hay investigaciones que le dan unos 500 años, y como es la única planta que ha crecido más de un metro de altura, se sabe que aquí descansaban las poblaciones antiguas. Sí, justo donde estamos nosotros”, completa el guía.
Cae la tarde y es tiempo de pensar en el descanso. Ante la atenta mirada de los gigantes, el campamento volcánico comienza a ser realidad, pero antes queda otra visita. Acompañado de las figuras inmóviles del Payún Matrú, a más de tres mil metros de altura y con nueve kilómetros de diámetro en su cráter, la llamativa silueta del volcán Herradura y el pico máximo del lugar, los 3680 msnm del Payún Liso, el camino nos lleva al Morado Norte. Este volcán de tonos rojizos es uno de los grandes protagonistas del lugar por ser responsable de la lluvia de lapillis más grande del planeta. Se trata de cenizas volcánicas expandidas como pequeñas piedritas hasta el infinito, producto de un fenómeno que supone la existencia del gas en la erupción. Subdividida en partículas muy chiquitas, esa “pluma volcánica” fue arrastrada por los vientos y desparramada a mansalva como una lluvia sobre el suelo malargüino.
“Este es apenas uno de los fenómenos que se dieron en la zona. En 2008 hubo un congreso de vulcanología donde se encontraron nuevas evidencias, como los siete ríos de lava superpuestos. Allí se destacó la riqueza del lugar, que no sólo tiene muchos volcanes sino una gran diversidad entre ellos, lo que le otorga una importancia científica clave para el estudio de la tierra a nivel mundial. Entre esos ríos de lava está el más largo del planeta, de 185 kilómetros.” Esa colada que menciona Germán Cara llega hasta la cuenca del río Salado-Chadileufú, en la provincia de La Pampa, lo que da cuenta de la magnitud que tuvo en su momento.
Si bien hubo aquí muchos tipos de erupciones, generalmente han sido de características explosivas y piroplásticas. Hubo también de carácter implosivo e hidromagmático: al estallar el volcán estaba sumergido bajo ríos subterráneos y quizá debajo del océano (la región tuvo dos entradas del Atlántico y una del Pacífico), por eso al salir la lava entró el agua y petrificó las “tuberías” por las que salía caliente, generando muchas chimeneas que se pueden ver en la superficie.
Ya es tarde y la aventura concluye por hoy. Después de armar las tres carpas llega el asado en horno de barro, y es tiempo de chistes, anécdotas y el recibimiento de la luna llena acompañado del sonido de los bombos legüeros. Algunos zorros grises comiendo las sobras distraen el sueño, pero el cansancio es grande y finalmente vence. El grupo que está de visita se duerme, mientras algunos recorremos las imágenes del día y de esa historia escalofriante con la sensación de tener más claro aún el lugar minúsculo que ocupamos en la naturaleza. La mañana siguiente muestra a Febo naciendo detrás de los volcanes, y basta saber que aún queda la vuelta para volver a estar atento y descubrir algo más de ese mundo alucinante de los gigantes dormidos.
Si bien no es obligación en tiempos de GPS, para recorrer Payunia es indispensable contratar un guía, ya que es imposible comprender estos fenómenos tan bellos a los ojos, pero tan complejos, sin alguien del pago. Y es importante no llevarse nada y respetar los caminos. Aún hay huellas en Pampas Negras de los camiones de YPF de la década del ’70, cuando cruzaron por aquí sin importarles los senderos... la misma actitud de algunas 4x4 que llegan de visita.
Fuente: Página 12 Turismo