Para espíritus aventureros, salinas y volcanes en un circuito por la Puna tan poco transitado como sorprendente
Punto de partida, San Antonio de los Cobres; destino final, Tolar Grande. El antiguo pueblo de tradición minera sigue igual, con sus casas dispersas y una calle principal donde encontrar sencillos comedores y albergues, con la omnipresencia del viento que tiñe de oscuro los rostros de los lugareños de raíz colla. El último toque de confort antes de emprender el viaje será en la Hostería de las Nubes, con gran mayoría de huéspedes europeos, que no se sabe cómo llegan hasta aquí con tanta información. Algunos esperan el guía con vehículo que contrataron en Salta; otros se largarán, mapa en mano, a la aventura en su propia camioneta.
Liliana Morales trabaja en la Municipalidad y acaba de terminar sus estudios de turismo. Es la guía ideal. Como buena nativa de la zona sabe mil y un datos que sazonan el trayecto de 187 kilómetros. Con equipo apropiado de abrigo, zapatos de trekking, traje de baño, protección solar y cámaras fotográficas, previo aprovisionamiento de combustible y agua y puesta a punto del vehículo, se sale a la ruta 129, un camino de tierra bien mantenido que se va internando en los paisajes de la Puna.
Aparecen entonces los característicos cerros aterciopelados de distintas tonalidades. Y, a la vera del camino, brillantes espejos de los chorrillos de las vertientes congeladas. Corrales de pirca y algún pastor con sus burritos con coloridos pompones en las orejas, igual que las llamas que se ven de tanto en tanto y le dan un toque pintoresco a esas inmensas soledades.
La ruta trepa hasta los 4600 metros en Abra del Gallo. En el descenso se observa a lo lejos el nevado de Quewa, una zona que conserva antiguos caseríos, como Santa Rosa de los Pastos, donde se puede visitar el criadero experimental de altura de vicuñas Agua Dulce, donde espera Fausto Morales, padre de Liliana, nuestra acompañante. Y la casa de Aurora Vega, que abre sus puertas para los viajeros que quieran compartir en la mesa familiar cocina casera.
Todo esto, antes o después de visitar el gran salar de la zona, primero de una sucesión de ellos que, como cuentas de un refulgente collar, caracterizan la región. El de Arizaro, en particular, es el más grande del país, con deslumbrante blancura y geométricos dibujos bajo el intenso azul del cielo puneño.
La ruta sigue su curso y aparece Pocitos, poblado disperso de casas de adobe y piedras volcánicas, algunas de la época de la construcción del ramal C 14 del ferrocarril Belgrano, tenue signo de vida en esas sequedades donde su salar, el segundo más grande de la provincia, aparece de improviso junto al pueblo.
A partir de aquí se empalma con la RP 27, un camino consolidado que se interna en el desierto de la Puna, cada vez más impactante, especialmente cuando se acerca a Siete Curvas, uno de los platos fuertes del viaje. Formaciones de tonos rosados son el preámbulo hasta llegar al descomunal sitio, un extraordinario panorama orlado de cantidad de picos, todo teñido de un colorado intenso y de una belleza que quita el aliento. Cerca está el Salar del Diablo con asombrosas formaciones pétreas. Y desde Abra del Navarro, la ruta desciende hacia Tolar Grande.
Refugio en francés
El pequeño poblado de Tolar Grande es el portal hacia una variedad de excursiones de aventura. Fundado alrededor de la estación del ferrocarril Belgrano, en lejanas épocas de auge de la actividad minera, conserva el aire puneño y las tradiciones como la fiesta patronal del 8 de diciembre y el Carnaval con un encuentro de comparsas de la zona. De agradable clima casi todo el año, excepto una corta temporada de vientos y nieve, garantiza 10 meses sin temperaturas extremas. En el pueblo, donde no hay estación de servicio, pero sí provisión de nafta y gasoil, está Afapuna, el Refugio Franco Argentino, construido con apoyo de la embajada de Francia. El edificio puede albergar hasta 40 pasajeros en dos sectores: uno para hombres y otro para mujeres, con camas cucheta de impecables sábanas que Marta, la encargada del lugar, se ocupa de cambiar puntualmente todos los días. Tiene baños comunitarios con agua caliente y calefacción, un salón de reuniones y una cocina bien equipada para quien quiera hacer su comida con provisiones del almacén del pueblo.
En general, los viajeros prefieren comer en alguna de las casas que brindan una cocina casera, un churrasco, una milanesa a la napolitana con ensalada o una sopa de verduras. Aunque el tema de la altura puede incidir bastante en el apetito.
La región, además de espectaculares paisajes, cuenta con lugares de interés natural, geológico y arqueológico con testimonios del pasado prehispánico. En el trayecto hacia El Mirador, por ejemplo, hay cerros de sal y bancos de yeso. Y al final, desde las alturas, una impactante vista del salar de Arizaro, rodeado por los volcanes de Socompa, Arizaro, Huanaquero, Macón y otros, con el descollante Llullaillaco, uno de los más altos del mundo. En su cumbre, de 6739 metros sobre el nivel del mar, se descubrió el santuario donde fueron halladas las momias de Los Niños del Llullaillaco, que se pueden apreciar en el Museo de Altura de Salta.
Túnel del Hombre Muerto
Otro paseo también a pocos kilómetros, pero que toma dos horas en llegar, es Agua de Carancho y Ojo de Mar. A lo largo del camino aparecen manantiales de agua dulce y se hacen caminatas sobre el salar hasta llegar a Ojo de Mar, una de las grandes ollas de agua salada de brillante coloración que vira según el reflejo del sol hasta el turquesa. Allí se puede flotar sin esfuerzo, mirando el cielo azul intenso de la Puna.
Hacia el Sudoeste, a 13 kilómetros del poblado se encuentra el Túnel de Hombre Muerto. La excursión se hace en auto y, para los fanáticos del trekking, también caminando (en cuatro horas) hasta llegar a la entrada del túnel de 180 metros. Pura adrenalina: recorrer su interior de cuatro bóvedas y un puente en el centro, con casco y linterna, para internarse en un mundo de estalactitas y rugosas columnas de sal, que crean un umbrío e impactante entorno. Como broche, un viaje a la naturaleza extrema.
A 65 kilómetros de Tolar Grande está la laguna de Santa María. El camino recorre un paisaje de extrema aridez, y trepa hasta los 4000 metros sobre el mar. En el descenso se descubre la incomparable belleza de la laguna con el volcán Incahuasi como telón de fondo, duplicando su silueta sobre las azules aguas donde nadan, caminan y vuelan parinas, patos, gallaretas y cantidad de flamencos rosados. Olvidarse la cámara de fotos en este viaje sería imperdonable...
Fuente: Marta Salinas para La Nacion Turismo
http://www.lanacion.com.ar/1187267