El color de los pueblos y la belleza de los paisajes, en una visita a la mágica Quebrada de Humahuaca. La música, los sabores y los ritos ancestrales.
El Diablo ya ha vuelto a su morada bajo la tierra, y sus días de reinado entre los hombres han terminado, al menos hasta el próximo año. Con el Entierro del Diablo -hoy, en Humahuaca- culminan los festejos del Carnaval más original del país: el de los pueblos de la Quebrada de Humahuaca, en Jujuy. De Purmamarca a Maimará, de Tilcara a Tumbaya, las comparsas bailaron, cantaron y bebieron empapadas en espuma, talco y hojas de albahaca. Son días de fiesta, que para penas, a fin de cuentas, está el resto del año. Vuelve, ahora, a reinar el silencio, eterno y profundo.
El Carnaval es la festividad que más resuena entre las montañas multicolores de la Quebrada de Humahuaca, probablemente el rincón más fascinante de la Argentina; un largo valle regado por el río Grande, que corre de Sur a Norte entre las montañas áridas y que alberga un puñado de pueblos de gran riqueza paisajística y cultural. Para Semana Santa quedan las largas peregrinaciones que trepan los cerros con imágenes de la Virgen, y para el 1° de agosto, la ofrenda a la Pachamama, cuando se come, se bebe, se fuma y se masca coca en honor a la Madre Tierra.
Siento quenas que en el viento huyen / trayendo amores y silencio de las penas / que encierran el sol en su corazón. La música del maestro humahuaqueño Ricardo Vilca se derrama sobre las laderas multicolores como un elemento más de la naturaleza mientras nos acercamos a Volcán, pueblo que debe su nombre a la forma en que los lugareños llaman a los torrentes de barro que se deslizan por la montaña en épocas de lluvias. Pero el pequeño poblado no trasciende por eso ni por sus antiguos edificios ferroviarios en desuso o transformados en ferias campesinas, sino por ser la puerta de entrada a esa Quebrada mágica de la que un puñado de cifras intenta dar cuenta, aunque no logre describir la belleza y las tradiciones ancestrales que la enriquecen hasta lo indecible.
Viniendo desde el sur, la Quebrada comienza a 39 km de San Salvador de Jujuy -precisamente en Volcán-, y se extiende en el norte hasta Tres Cerros, puerta de ingreso a la Puna. Esos escasos 170 kilómetros albergan a poco más de 230.000 habitantes que viven entre los 2.000 y los 4.000 metros sobre el nivel del mar. Con vestigios de haber sido habitada desde hace más de 10 mil años, la Quebrada vio pasar a distintas culturas y civilizaciones que la utilizaron para comerciar y vincular a la Puna con los Valles Calchaquíes y Tucumán, al Sur. Con los siglos, las poblaciones del valle que el río Grande convierte en fértil construyeron pucarás para defenderse de los incas, y luego realistas y patriotas libraron enconadas batallas por la Independencia. Por todo ello, en 2003 la UNESCO la declaró Patrimonio de la Humanidad, en la categoría "Paisaje Cultural".
En los 39 km que separan San Salvador de Volcán se asciende de 1.250 a 2.078 metros, y el verde que acompaña a la ruta 9 troca en montañas desérticas con tonalidades que van del rojo al ocre y los amarillos. Pocos km al norte de Volcán, Tumbaya es una de las localidades que convoca cada año a miles de personas en la peregrinación de altura más importante de la Argentina: el santuario del abra de Punta Corral está a casi 3.500 msnm, aunque el Domingo de Ramos, los feligreses bajan en andas la imagen de la Virgen de Copacabana a la iglesia del pueblo. Otra imagen es trasladada en andas por miles de fieles, acompañados por decenas de bandas de sikuris -con decenas de integrantes cada una-, hasta Tilcara, en la peregrinación más impresionante y colorida de todo el valle.
Y así como la Virgen recorre los cerros, también de los cerros bajan los copleros -de Abra Pampa, de Humahuaca, de Iruya, de Tilcara, de Juella, de Tumbaya-, que una vez al año se reúnen en Purmamarca para un encuentro anual que comienza a la mañana temprano y termina no se sabe bien cuándo; quizá cuando se va acabando la chicha artesanal que se elabora para la ocasión.
Quizás sea este entorno el que aporta la magia suficiente como para hermanar estas ancestrales coplas, muchas de las cuales se transmiten oralmente de generación en generación, con la complejidad de obras de Mendelssohn o Beethoven. Es que aquí también se realiza el festival de música clásica Siete colores, siete notas -al aire libre- que en su más reciente edición derramó por los cerros un genial concierto de Beethoven, mientras los últimos rayos del sol se recostaban entre las nubes tan cercanas.
Purmamarca es uno de los pueblos principales de la Quebrada, apoyado en el Cerro de los Siete Colores y con casas de adobe y calles empedradas que trepan las laderas. En la esquina de la plaza, entre artesanías y locales de comidas típicas, el antiguo Cabildo está siendo restaurado, y dos testigos de los tiempos resisten, estoicos: la iglesia, de 1648, y a su lado el viejo algarrobo, de más de 600 años, a cuya sombra, se dice, descansaron las tropas de Manuel Belgrano.
Cuando a la derecha de la ruta 9 aparecen unos arcos multicolores en la montaña -bien llamados La paleta del pintor-, vemos Maimará, en medio de un paisaje rural de potreros sembrados con verduras, flores, alfalfa y frutales. Y sí, hay dos italianos tratando de contar los colores del cerro: llevan ocho y ahora discuten por si el anaranjado de más arriba es igual al de más abajo. Al norte ya se divisa el Pucará de Tilcara, allá en lo alto, pero antes visitamos la Posta de Hornillos, cuyas paredes de adobe -de 1772- dieron descanso a Belgrano luego de las victorias de Tucumán y Salta, aunque también a Güemes, Castelli y Balcarce, entre otros próceres. La Posta fue paso obligado en la ruta entre el Alto Perú y el Virreinato del Río de la Plata, historia que rearma su museo. Cerca, el antigal de Hornillos resguarda un importante patrimonio arqueológico, y se visita con guía.
Y si de antigales se trata, allí está el colorido cementerio de Maimará, a un lado de la ruta y en lo alto de una loma, para una conexión más cercana con el Tata Inti. Sin duda, la necrópolis más vistosa e interesante de toda la Quebrada.
Poco más al norte, Tilcara es quizás el enclave "joven" de este valle, donde cientos de mochileros acampan y pasan las tardes en las plazas o junto al río, y donde las noches se prolongan en peñas -el Rincón del Colla, el café del músico Tukuta Gordillo, entre otras-, al abrigo de unas buenas empanadas de charqui, una milanesa de llama con papines andinos o una humeante cazuela de quínoa. Platos que aportan las energías necesarias para encarar una caminata por los cerros hasta la Garganta del Diablo, o para recorrer el famoso Pucará, construido por los omaguacas hace más de 900 años en la cima de un monte desde el que se divisa todo el valle. Una intersante reconstrucción de corrales, viviendas y centros ceremoniales -piedra sobre piedra-, y una necrópolis con piras funerarias.
Siempre rumbo al Norte, paramos en el monolito que marca la línea imaginaria del Trópico de Capricornio, pero nos llama más la atención el paso lento pero decidido de un pastor con ropas gastadas por el tiempo que, con una rama arqueada a modo de bastón, arrea una majada de 15 o 20 cabras rumbo quién sabe a dónde. A pocos pasos, entre cultivos de oca, quínoa, yacón, ulluco, está Huacalera, con un enorme edificio restaurado y transformado en elegante hotel, y una iglesia del siglo XVIII, joya de la arquitectura colonial, que conserva pinturas cusqueñas como "El casamiento de la virgen" y "El bautismo de la virgen", únicas en su temática.
Luego de Uquía y su bellísima iglesia llegamos al fin a Humahuaca, que, a casi 3.000 metros sobre el nivel del mar, ostenta títulos como cabecera de la región, capital histórica de la Quebrada y corazón del carnaval.
Es el pueblo más grande de todo el valle, con sus casas de adobe, sus calles estrechas y adoquinadas alumbradas por farolas de hierro y su enorme Monumento a la Independencia, homenaje a quienes combatieron por la patria. La iglesia -Monumento Histórico Nacional- alberga pinturas cusqueñas, mientras que frente al edificio de la Municipalidad, la gente se reúne para ver la imagen articulada de San Francisco Solano, que mediante un sistema mecánico, se asoma desde una torre e imparte la bendición, justo a las 12.
En la plaza principal se venden bolsitas de muña muña -"el viagra de la Puna", le dicen por aquí-, artesanías en cerámica y madera, ponchos de lana de oveja, de llama, hojas de coca. A pocas cuadras, la asociación cultural Casa del Tantanakuy, presidida por el maestro Jaime Torres, preserva las tradiciones ofreciendo talleres de sikuris, de construcción de instrumentos, de danzas folclóricas, de telar y tejidos artesanales, entre otros.
Quedan más cerros de colores, cardones y pastores con sus cabras y llamas hasta llegar a Tres Cruces, pueblito que marca el fin del recorrido por la Quebrada y, con esa impresionante formación en la montaña llamada El espinazo del Diablo, da la bienvenida a la Puna. Mientras sentimos tocar el cielo con las manos, Ricardo Vilca susurra: Retumba en la noche el silencio / la tarde que se hace distancia / misterio que el tiempo descifra / ese, ese es tu respiro.
Fuente: Clarín Turismo
http://www.clarin.com/suplementos/viajes/2010/02/21/v-02144411.htm