El próximo sábado 28 de noviembre va a ser un día especial en Colonia Carlos Pellegrini, en el corazón de Corrientes. Es el cumpleaños número 86 del pueblo y, como todos los años, se celebra con una fiesta. Fiesta que incluye discursos, himno (en español y guaraní), desfiles de niños, de gauchos emperifollados, chamamé hasta el amanecer y, por su puesto, un asado. Asado gratis para todo el mundo.
Situada en la misma entrada de los Esteros del Iberá, la colonia ya no es el típico pueblo que expulsa migrantes, sino que atrae gente: en 2007 fueron hasta allí nada menos que 25.000 visitantes. A principio de la década, sólo la habían visitado 4.000 personas, sobre todo del extranjero. Ahora, los magníficos pájaros coloridos del Iberá -entre ellos, las garzas blancas, espátulas rosadas, los yabirúes, los chajás- compiten cada vez más con otros atractivos ecoturísticos de la Argentina.
Y ésto tiene su correlato social palpable: los cazadores ancestrales se convirtieron en guías, los chicos que vagaban aburridos con sus gomeras también asesoran a los turistas. Los hoteles dominan el paisaje del pueblo, que parecía condenado a extinguirse. El 80% de la población trabaja directa o indirectamente para servir a los visitantes que vienen provistos de las mejores cámaras y largavistas.
Estamos en la plaza del pueblo, durante la fiesta del año pasado. A la hora del desfile, los gauchos se muestran erguidos sobre sus pingos, adornados con aperos. Llevan sombrero de fieltro, bombacha, faja, chorralera, cinturón, rastra, botas largas, cuentaganado, revenque de plata, facón, ponchillo. Sus rostros duros, acostumbrados al trabajo de campo y al sol cada vez más despiadado, parecen salidos de un viejo almanaque de Molina Campos. Pero esta pintura tan costumbrista de repente adquiere otro color: un grupo de gringos aparece aplaudiendo la marcha de estos hombres tan coquetos como no hay otros. Los visitantes vienen de un safari en la laguna y son lo menos elegante que existe. Son los contrastes de mundos que se cruzan entre la exótica fauna y flora del Iberá.
La plaza, donde no podía faltar el monumento a San Martín, no sólo es el epicentro de la fiesta. También es el lugar donde un avioncito suele sobrevolar. No es un vehículo para el avistaje turístico, sino para fumigar. Tira glifosato e insecticidas en la arrocera que está pegada a Colonia Carlos Pellegrini y que tiene cinco veces el tamaño del pueblo. Cada vez que pasa, la gente se esconde en sus casas por el olor de los agroquímicos, un tufo que contrasta con la imagen verde y natural que el Iberá está trando de "vender" a los turistas.
El intendente de Pellegrini, Juan de la Cruz "Tato" Fraga, interpuso un amparo contra la arrocera Rogelio Zampedri, que toma ilegalmente agua de la laguna, que fue declarada reserva natural hace más de dos décadas. La Justicia no se expidió aún sobre esta causa, pero sí decretó medidas cautelares contra otras dos arroceras que operan sin autorización en el área protegida de los esteros, para que detengan su actividad. Ninguna lo hizo. Como consecuencia de esto, la laguna perdió un metro de profundidad.
"Mi abuelo fue vendedor de pieles de carpincho. Mi padre también los cazó. Ahora me cuesta comerlo", cuenta Miriam Sotelo, 26 años, vecina de un paraje cercano, llamado Yahaveré. Con la llegada del ecoturismo, todo el mundo parece haberse vuelto un militante verde en este rincón de esta provincia, tan amante de las fiestas y de los bailes que duran hasta que sale el sol. El chamamé compenetra a grandes y también chicos, que danzan al ritmo del acordeón.
Carlos Pellegrini podrá estar en la avanzada en temas ecológicos, pero aún conserva tradiciones políticas enraizadas en lo profundo de la historia. El pueblo es de mayoría liberal, por lo tanto los gauchos andan vestidos de celeste. En cambio, en el resto de la laguna dominan los autonomistas, que llevan con orgullo la divisa punzó: el colorado.
Pero esta división no se nota ni a la hora de comer ni de bailar. Para la noche, las kuñataí porá (las muchachas lindas) deben arreglarse para el momento de la coronación. Jamás podrán alcanzar la vanidad de estos hombres, que se pavonean cual avestruces: bichos hedonistas que viven rodeados de un harem. Tal vez no tengan tantas hembras como los plumíferos, pero sí mucho payé (encanto). Y lo hacen notar.
Fuente: Clarín Turismo
http://www.clarin.com/suplementos/viajes/2009/11/22/v-02045954.htm