Río Ceballos es el lugar desde donde se pueden recorrer las Sierras Chicas, y otros parajes encantadores, con claras huellas del paso de los españoles y jesuitas. Con hoteles, hospedajes y campings de los más variados precios y con servicios que van de los más sofisticados hasta la simpleza y la rusticidad de lo natural.
La Calera es el portal del circuito de las Sierras Chicas, a 18 kilómetros de la ciudad de Córdoba, por la ruta provincial E-55, donde se pueden encontrar referencias históricas religiosas y culturales de una época colonial pasada.
Villa Allende es también llamada la “Catedral del Golf”, gracias a Córdoba Golf Club donde está una de las mejores canchas del país, que es visitado año tras año por los mejores golfistas del mundo.
Candondonga es hoy un pequeño caserío entre caminos serpenteantes que fueron construidos para extraer cal de las canteras abiertas en las sierras. Conserva en perfecto estado la capilla Nuestra Señora del Rosario, donde un guía del lugar desgranara en un interesante relato la historia y la obra que los jesuitas hicieron en el lugar. Se encuentra a metros de la estancia que construyera don José Moyano Oscariz en 1720, con mano de obra proveniente de esclavos negros traídos de Africa. Parte del antiguo casco de la estancia se conserva en un complejo gastronómico que ofrece a sus comensales productos de su huerta orgánica y una visita guiada por la misma. Para hacerlo hay que atravesar un puente colgante sobre el río Candonga, donde los paseantes aprovechan para fotografiarse con el marco de las sierras de fondo.
Santa Catalina es la siguiente parada donde conocer estancia jesuítica Santa Catalina, fundada en 1622, la más grande de las estancias jesuíticas.
Declarada Museo Histórico Nacional en 1941, está abierta al turismo todo el año, pero hacerlo el 25 de noviembre o el último domingo de enero es recomendable ya que se desarrollan las fiestas patronales, que envuelven a Santa Catalina en un clima festivo, colmado de ritos y tradiciones. Llegar no es difícil, sólo hay que prestar atención a la señalización que es muy precisa. Desde Jesús María o Colonia Caroya conviene tomar la ruta E-66 hacia Ascochinga, al cabo de unos seis kilómetros sale un camino de tierra hacia el norte y después de andar 13 kilómetros más, se arriba a Santa Catalina. Otro camino posible es el que sale desde Ascochinga, recorriendo unos 14 kilómetros de tierra.
Colonia Caroya es una ciudad dedicada principalmente al cultivo de la vid y elaboración de embutidos, una tradición heredada del norte de Italia, traida por los inmigrantes que a partir de 1878 se fueron asentando en la zona. Su arbolada avenida principal es un túnel formado por plátanos que se unen en sus copas.
No pueden dejar de conocer y deleitarse con la gastronomía local, con sus clásicos restaurantes y parrillas, para degustar chacinados y el rico vino regional, que es elaborado de forma tradicional en tres bodegas locales.
Se dice que el cultivo de la vid y la elaboracion del vino en Argentina, comenzó en Córdoba. Las primeras cepas traídas por los españoles desde Perú, se implantaron en distintas zonas de Córdoba, hasta que al instalarse las estancias de San Isidro en Jesús María y la Merced en Caroya, los jesuitas hicieron plantaciones de vides en las mismas. Los vinos producidos en Jesús María, bajo la dirección de los jesuitas, llegaron a la mesa del Rey de España.
Al llegar los friulianos a Caroya, en 1878, encontraron aún algunos viñedos y continuaron con la producción de la vid, hasta convertirla en la principal riqueza de la zona. Actualmente, Colonia Caroya es la única localidad en la provincia de Córdoba donde se producen vinos. Extensos viñedos, antiguas bodegas y pequeños productores de vino casero imprimen en el paisaje una imagen inolvidable. Al visitarlos se puede vivenciar, en sus aromas y sabores, la identidad cultural del pueblo caroyense.
Estas prácticas constituyen sin dudas testimonios ejemplares de la continuidad de la herencia que nos legó la inmigración europea de fines del siglo XIX. Construyendo una hermosa localidad con maneras de hacer y sentir, propias de la tierra que habían dejado atrás. Con el tiempo, ese corazón que miraba la añorada Europa se fue acostumbrando y arraigando a este suelo.