Un trayecto que une poblados con identidad mediterránea a base del pasado indígena y el colonial, sin olvidar el paso del ferrocarril y el devenir de los tiempos modernos.
Al tiempo que despunta la primavera, las sierras cordobesas, que nunca perdieron su encanto, ni aún en el gélido invierno, recobran el colorido que quien las pisa recordará para siempre. El cerro Champaquí, el más alto de la zona mediterránea, se eleva coqueto mientras los arroyos serpenteantes comienzan a poblar todo de verdes a su paso.
Dejarse sorprender por el paisaje, por la sencillez de la naturaleza y de los poblados es la idea en este recorrido que hará historia. La primera posta es San Javier, parte de lo que fuera el Camino Real y que en la actualidad la provincia de Córdoba reconstruye para beneplácito de locales y visitantes. Las hierbas serranas aromatizan el ambiente en el que el apuro no existe; las terrosas calles invitan a un mate al paso.
Desde la plaza principal una charla amena con la recomendación de un poblador, nos sugiere quedarnos un poco más. Resulta que por esta zona los días de descanso placentero fueron ideados por los ingleses que construían el ferrocarril. Por suerte la costumbre se extendió y hoy estamos aquí. Las casonas antiguas intactas albergan a familias centenarias y también a artistas y artesanos, por lo que la visita se extiende un poco más.
Pronto la sugerencia del mapa nos lleva al cercano Yacanto que obliga a pasar por su hotel homónimo -construido sobre un molino harinero- que recuerda los años en que se extendían los rieles y que las construcciones se colaban con talante inglés.
Hay mucho por ver, si tiene ganas. Artesanos muy bien provistos tientan con sus productos mientras alguien sugiere tomar el té cerquita o, mejor aún, una picada con cerveza artesanal.
Nuevamente en la ruta, el espejo de agua -Dique Las Viñas- será la próxima parada. Recortado sobre la serranía, es el ámbito de los pescadores y los deportistas, también de los que simplemente buscan contagiarse de la tranquilidad de sus aguas y de sus días eternos. Nono nos espera.
Luego de divisar a las elevaciones mellizas que dieron el nombre al poblado, la meta es la pequeña iglesia, como el km 0 del lugar. Si pudiéramos ver en blanco y negro creeríamos que somos parte de una película añeja. Sin embargo el aire puro nos avisa que estamos en el aquí y ahora y que podemos armar nuestro propio film.
Aquí bien vale la pena caminar un poco husmeando todo -no olvidar la feria artesanal- para más tarde descansar en alguna playita del río Los Sauces o del río Chico; algún dulce casero sabiamente adquirido kilómetros antes bien acompaña el pan humeante. Hablando de compras, es posible llegar hacia casas en las que elaboran licores extraños y delicias en conserva y, con suerte, además de la degustación regresará con alguna buena receta o al menos una buena historia.
A pocos km se encuentra Las Calles, y nos desviamos del trayecto trazado por una tentación roja. Es un poblado de reminiscencias también inglesas en el que cultivan frutillas inmejorables. Pronto todo tipo de productos con estos frutos serán parte de nuestro bagaje (especialmente los alfajores).
Cura Brochero es la próxima meta. Hemos transitado pocos kilómetros en comparación con todo lo vivenciado. Repletos de aromas, sabores y colores insignes de Traslasierra, quisiéramos parar al menos para procesar las imágenes en nuestras mentes. Pero eso haremos al llegar a casa y contar a los nuestros las peripecias del viaje. Ahora es momento de seguir.
Antiguamente llamada Villa del Tránsito hoy le hace honor a uno de sus hombres ejemplares, el cura Brochero que, con el ocaso del siglo XIX, no sólo evangelizó, bautizó y llevó la Palabra a todo aquel que quisiera escucharla sino que obró. Llevó agua y progreso sin invasión a la zona. Resulta que ese mismo hombre fue quien a lomo de mula trazó por vez primera el camino de las Altas Cumbres. (Desde Mina Clavero por las Sierras Grandes pasando por el Parque Nacional Quebrada del Condorito y la Pampa de Achala hasta la mismísima capital).
La plaza Centenario es, como toda plaza pueblerina, el epicentro, pero desde aquí el pasado colonial y los vestigios indígenas hablarán a todo aquél que quiera oírlos. El río Panaholma con sus rincones guardados para el regocijo, son parte de la misma propuesta: el que busca, encuentra.
Mina Clavero con su gran oferta de servicios, alojamientos, restaurantes, cines, teatros y sus balnearios súper concurridos en el verano, son la posta final de un camino que podrá comenzar nuevamente mañana, tras el descanso reparador. Un sinfín de poblados se abrirá nuevamente, con su gente para cautivarnos.
Fuente: Los Andes Online
http://www.losandes.com.ar/notas/2009/9/27/turismo-448238.asp