Es mágico San Marcos Sierras, al noroeste de Córdoba. Energía positiva acumulada entre montañas, bohemia de otros tiempos, refugio de pájaros y flores, noches cargadas de estrellas y días de sol. Dos ríos atraviesan su geografía. No hay lugar para calles asfaltadas, cajeros automáticos o semáforos, porque aquí habitan 3.500 personas que aman el arte, la naturaleza y la calma.
En el centro de la plaza Cacique Tulian se aprecia el antiguo pozo que proveyó de agua a la primera ola de jóvenes pobladores, que arribaron en la década del 70. Fue el espíritu fundante de un sistema de vida solidario. Pero también hay árboles frondosos, lectores que bajo sus copas se protegen del sol del mediodía, atardeceres con niños jugando y jóvenes que tocan sus instrumentos musicales. Enfrente, la iglesia, construida entre 1691 y 1734, despierta curiosidad por su hermosa sencillez. A la derecha, la feria de los artesanos aporta color y mística por las noches.
Los bares y restaurantes hacen silencio durante las siestas y, al llegar la noche, cortan las calles y se pueblan de velas encendidas y música en vivo. Risas, percusión y acordes de guitarras toman San Marcos, que se convierte en fiesta. Apenas pasada la medianoche, otra vez reina la calma.
Con la salida del sol, vuelve el ritmo alegre a la arteria principal, repleta de negocios de arte, panificación artesanal, comidas caseras y agencias que proponen excursiones de turismo aventura.
A dos cuadras del centro está el río San Marcos, con escaso caudal de agua en algunas épocas del año. Remontando sus márgenes se llega hasta la acequia La Atalaya y a los morteros aborígenes; los de la calle Monteagudo y el río eran usados como espejos por los comechingones, para observar los astros. Pasando el dique, llama la atención la puerta del antiguo Molino Harinero, del siglo XVII, que estuvo originalmente en la entrada de la iglesia.
Volviendo al punto de partida y cruzando el río por el puente peatonal, cerca del Museo Hippie, se llega a los “Túneles vegetales”, un singular entramado de calles de tierra cubiertas por árboles, que entrelazan sus ramas formando pasadizos.
Pasear por ahí a caballo, a pie o en bicicleta es una experiencia refrescante –por la presencia constante de acequias– y cargada de aroma a tierra y vegetación. Es común allí cruzarse con mariposas y colibríes.
A 4 kilómetros de la plaza, está el río Quilpo, rodeado de montañas y bosques autóctonos. Ofrece las mejores ollas y playas para bañarse en verano y tomar sol. Su cauce transparente y caudaloso corre lentamente, debido a las gigantescas rocas que se interponen. Es ideal para nadar o contemplar peces desde una piedra. Los más chicos suelen ser alimentados por los bañistas.
A lo largo de la orilla se asientan balnearios para todos los gustos, aunque el más atractivo es Tres Piletas. Siguiendo el camino que acompaña al Quilpo, en el alero Las Playas se encuentra Casa de Piedra, declarado “Monumento arqueológico de interés cultural” por su valiosa pictografía.
A la salida del pueblo, también estáa el Museo Luis Pissano, donde se exhibe en forma permanente la obra del consagrado pintor y una muestra de vitrofusión.
El arte se puede seguir disfrutando en los numerosos ateliers de artistas que suelen tener sus puertas abiertas al público.
A una cuadra de la plaza se accede al camino que conduce hasta la cima del Cerro de la Cruz, un emblema de la comarca de San Marcos Sierras. Desde su mirador se disfruta la vista de los dos valles y de la Quebrada del río San Marcos.
En tanto, la Ruta Alimentaria de San Marcos Sierras incluye productores de dulces caseros, alfajores, conservas, artesanías y animales de campo.
El circuito gastronómico propone una serie de visitas a distintos establecimiento, en los que el viajero puede participar de paseos guiadas gratuitas y, en algunos casos, compartir de las tareas que se realizan.
Fuente: Clarín Viajes