Un paseo por Córdoba norteña es un buen programa a la hora de tomarse un fin de semana, para pasear y descubrir una gran variedad de paisajes. Cerros bajos, caminos reales, postas históricas, montes, arroyos, arenales, salinas, aguadas, palmerales y el inconfundible cielo azul cordobés.
Una de las primeras paradas, saliendo desde Córdoba capital por ruta 9 Norte, muy cerca de Jesús María y a un par de kilómetros del Museo Jesuítico, es La Posta de Sinsacate, un Monumento Histórico Nacional de relevante importancia en los tiempos en que la Argentina estaba naciendo.
En sus orígenes fue una estancia conocida con el nombre de “San Pablo de Sinsacate”. Desde 1762 cumplió la importante función del servicio de posta hasta la llegada del ferrocarril, hacia fines del siglo XIX, época en que comenzó la desaparición de éstos establecimientos tan necesarios para los tiempos que corrían. Las postas constituían un verdadero refugio físico y espiritual para los viajeros de aquel entonces. Sencillas, sobrias, humildes como los habitantes del lugar, diseminadas cada cinco leguas (25 kilómetros) unas de otras, sobre el trazado del camino “que la realidad mandaba hacer”, que fuera transitado por los conquistadores junto a las órdenes religiosas cuando entraron desde el Alto Perú. Posteriormente, los caminos fueron recorridos por troperos, arrieros, comerciantes, ejércitos, comitivas políticas, hombres notorios, aguerridas mujeres y niños valientes.
La Posta de Sinsacate mantiene las líneas arquitectónicas originales, aunque el edificio fue restaurado por el arquitecto Juan Antonio Buschiazzo, y su entorno ha sido mejorado en los últimos meses bajo el programa de la puesta en valor del Camino Real y de Postas del Norte Cordobés con motivo del bicentenario. La identifica una gran galería con puertas que dan a diferentes habitaciones donde se atesoran desde documentos, cartas, carruajes, enceres criollos, hasta imágenes religiosas, pinturas, muebles de campo y petacas de cuero donde se guardaban ropas y alimentos para hacer mas confortable la travesía.
El viaje desde Buenos Aires al Alto Perú duraba entre tres y cuatro meses en carreta. Los “maestros de postas” junto a sus familias eran las personas encargadas de estos lugares. El “maestro” debía saber leer y escribir, ya que por él pasaba toda la información, firmaba los pasaportes del correo, anoticiaba a la gente de las condiciones del clima, aprovisionaba alimentos, atendía a los caballos, proveía de todo lo que se necesitaba para emprender largos trayectos.
En cada posta había una capilla u oratorio, donde se podía encontrar recogimiento espiritual también. En la capilla de Sinsacate fueron velados los restos del general Facundo Quiroga, luego de ser asesinado por Santos Pérez en Barranca Yaco, paraje cercano donde se recuerda con un monumento el hecho que terminó con la vida del “Tigre de los Llanos” y su comitiva. Entre los muertos estaba el niño Luis Basualdo, un “postillón” y fiel asistente de viaje que acompañaba al grupo, al que no se le tuvo piedad cumpliendo ferozmente la terrible orden de que nadie debía quedar con vida en aquel trágico febrero de 1836.
Villa Tulumba significa “comarca de los talas” en lengua comechingona. Se accede a ella transitando 150 kilómetros desde Córdoba por la ruta 9 Norte hasta llegar a San José de La Dormida, donde se toma la ruta provincial 16 con dirección noroeste. Es cabecera del departamento homónimo, y su importancia radica en el gran desarrollo comercial y político que tuvo en la provincia, ya que era un paso obligado también para los viajeros. Fue declarada villa por la firma de Carlos IV a través de la Real Cédula en 1803.
Es uno de los lugares mas visitados del norte cordobés, porque en Tulumba “doscientos años parecen sólo un suspiro del tiempo”, suele decir su gente, a la que se le ensancha el corazón cuando muestra la villa. Callecitas de piedra, veredas elevadas, frentes de casas ranchos, con paredes de adobe, rejas forjadas, aljibes que emanan frescura, cabreadas de algarrobo y techo de paja conforman el paisaje que ha inspirado a poetas, músicos y pintores.
Desde la ruta, antes de ingresar a Villa Tulumba, se destacan blancas y elegantes las cúpulas de la iglesia Nuestra Señora del Rosario, además templo mariano diocesano. La piedra fundamental fue colocada en 1881 y posteriormente bendecida por el catamarqueño fray Mamerto Esquiú, que por esa época fundaba capillas e iglesias de muchos pueblos y parajes del norte de Córdoba.
La construcción de la parroquia es de estilo románico, con nave central y crucero en cruz latina, se destaca en el centro del altar el célebre retablo, uno de los tesoros artísticos de Tulumba, que originalmente perteneció a la Compañía de Jesús y tan bien lo describe Antonio Lascano Colodrero cuando dice: “...construido en cedro paraguayo, finamente tallado, dorado y encarnado, tiene tal exuberancia de afiligranada decoración floral y de ángeles policromados, que deslumbra con el reverberar prodigioso de los inalterables dorados y estofados. Sus columnas salomónicas con capiteles corintios, sus ángeles portadores de la Custodia, sus niños atlantes, lograncrear ese clima de alegre presencia del barroco americano, como una repetida aleluya que se expresa con una lograda ascensión, donde la forma y el color contribuyen a la reacción emocional de los sentidos, que está en la esencia misma del barroco...” ¿Qué más se puede agregar?
Cuando se acerca a la antigua imagen de vestir de Nuestra Señora del Rosario, uno no puede dejar de conmoverse al ver el brillo casi real de la mirada que se acentúa aún mas con la luz de las velas, las lujosas ropas y el movimiento del cabello natural. Es la patrona de Tulumba, al igual que en muchas otras localidades del norte cordobés, su fiesta es en la primera semana de octubre y todo se viste de gala para celebrar novenas y tradiciones. Pero quizás, la mayor impresión la causan los profundos ojos verdes del Cristo articulado, tal vez ha sido el puma o el yaguar quien animó a su manufacturero a dejar plasmada en esa obra toda la impronta de la madre naturaleza tan venerada por los nativos comechingones-sanavirones originarios de la región.
A la vuelta de la iglesia, siguiendo el empedrado, se puede llegar al solar de la casa que habitaran los hermanos Reynafé, que fueron ajusticiados adjudicándoles en ese momento la autoría intelectual del crimen de Facundo Quiroga. Como trasladándose en el tiempo, desde la vereda parecieran escucharse los cascos de la caballada, ver pasar a las mujeres con largas faldas y rosario en mano hacia la antigua capilla, de la que todavía quedan vestigios. Por la misma calle, unos metros más adelante también se puede visitar la casa y centro cultural, donde viviera el padre jesuita, Hernán Benítez, que fuera confesor de Eva Perón, donde se conservan muebles originales, pinturas, documentación y muchas anécdotas de su apasionado accionar en la vida.
Tulumba es la sonrisa ancha de Argentina, la guía de turismo que totalmente compenetrada con su nombre, muestra feliz a su pueblo. Tulumba es simplemente lo que una famosa mayólica dice, que no tiene error de ortografía sino que está escrita en español antiguo: “Lindo el nombre, bello el pueblo, buena gente, fragante el pan. Quien le ame, por todo ello, deje las cosas como están”.
Fuente: La Capital Turismo