En el valle del río Chubut los inmigrantes galeses fundaron en el siglo XIX un rosario de colonias que van de la costa a la Cordillera. Los nombres y las tradiciones importadas de Europa se incorporaron a las soledades patagónicas y perduran todavía en la topografía, la gastronomía y la arquitectura local.
Glan Alaw, Bryn Crwn, Trelew, Bryn Gwyn... los nombres tienen resonancias indiscutiblemente exóticas para este paisaje del corazón de la Patagonia, donde la meseta árida forma una continuidad con el fértil valle del río Chubut. Y es que hay, allá lejos y hace tiempo, una historia que lo explica: es la historia, esforzada y pionera, de los inmigrantes galeses que llegaron a las costas del Golfo Nuevo en la nave Mimosa, en 1865, y fueron avanzando lentamente en busca de agua por el valle del río Chubut, fundando parajes y colonias que se extienden hasta la Cordillera.
Hoy se puede desandar sus pasos, recorriendo una ruta que lleva hacia los testimonios arquitectónicos de la colonización galesa y recordando también sus tradiciones gastronómicas, sus esfuerzos en una tierra a veces hostil y su trabajo denodado para convertir el desierto en un nuevo hogar. Una “Gales lejos de Gales” (y de la influencia inglesa que absorbía a los emigrantes en los países anglosajones), según promovía Michael Jones, el predicador que primero impulsó la idea de una colonia galesa en Patagonia. Desde entonces, se ha recorrido un largo, trabajoso y al mismo tiempo apasionante camino... que hoy va en el mapa de Puerto Madryn a Trevelin.
Puerto Madryn, bautizada así en homenaje a la región natal del capitán Love Jones Parry, que junto con Lewis Jones negoció la instalación de la colonia galesa ante el gobierno argentino, es el punto de partida del itinerario. Sobre todo es también el punto inicial para explorar una región fascinante por la fauna marítima y costera, ya que el tiempo borró las huellas de los primeros colonos galeses. Se supone, sin embargo, que llegaron y se establecieron en la zona que hoy se conoce como Punta Cuevas (antiguamente Punta Galenses), porque la roca blanda de los acantilados permitía excavar cuevas de refugio, a la vez que se buscaba el elemento esencial que terminaría impulsando el avance de los colonizadores en la región: agua, un bien tan preciado como raro en la costa chubutense.
En busca de agua llegaron a la desembocadura del río Chubut, entonces llamado Chupat, y fundaron el pueblo que con el tiempo se convirtió en Rawson. Allí fue también donde, en 1866, los galeses tuvieron el primer encuentro con los indígenas. Desde entonces, el progreso de las colonias fue lento y trabajoso: varios se volvieron, pero otros tantos se quedaron, y en 1886 fundaron otra de las ciudades de esta ruta, Trelew (“pueblo de Luis”), bautizada en homenaje a Lewis Jones y surgida como punta de riel del ferrocarril que unía Puerto Madryn con el valle inferior del río Chubut.
Es aquí donde comienza un largo rosario de pequeñas capillas que marcan, como mojones, el avance galés en Chubut. Las capillas, 34 en total, de las que hoy quedan 18, eran mucho más que lugares de culto: las comunidades las utilizaban también como sala de sesiones, tribunales y escuelas. Además, fue el ámbito donde se desarrolló una de las artes más características de los galeses: el canto coral, que tuvo una importancia central en la vida social del siglo XIX y sigue siendo una tradición valorada por los descendientes de aquellos primeros inmigrantes. Aunque muchos apellidos hayan ido cambiando, son numerosísimos los habitantes de la región que todavía tienen sangre galesa y, en menor medida, dominan la rara lengua del país de sus ancestros.
La capilla Moriah, una de las más antiguas construidas por los galeses en el valle del río Chubut.
Trelew conserva dos capillas galesas, y algunas más en áreas rurales cercanas: la primera es la Moriah, construida en 1880 en la chacra 103, perteneciente a Rhydderch Hughes. Se la considera la más antigua de todas junto con la Capilla Vieja del cercano poblado de Gaiman. Situada al sur de la ciudad, cerca del río Chubut, es contigua al cementerio donde se ven las tumbas de muchos de los primeros colonos, entre ellos el predicador Abraham Matthews. La otra es la Tabernacl, construida en 1889 por personal del Ferrocarril Central del Chubut, y hoy perteneciente a la Iglesia Presbiteriana. Su nombre recuerda la capilla homónima de Porthmadog, la localidad galesa donde había nacido la esposa de uno de los colonos, William Williams. Entre tanto, en Rawson queda la modesta capilla Berwyn, que pertenecía a los metodistas calvinistas y fue construida en 1881.
Durante una visita a la región de Trelew y Puerto Madryn, siempre hay al menos una tarde dedicada al té galés en Gaiman, que saltó a la fama cuando la princesa Diana (de Gales, precisamente) visitó la localidad durante una visita a la Argentina. Realeza aparte, el pueblo es un remanso encantador y tranquilo con muchos lugares interesantes para visitar: el Parque Paleontológico Bryn Gwyn, que permite apreciar los fósiles conservados por la aridez de las bardas; el Museo Regional Galés de la antigua estación ferroviaria; la primera casa habitada del pueblo, hoy también convertida en museo; los establecimientos de agroturismo y el imperdible parque El Desafío, un despliegue de construcciones hechas por Joaquín Alonso a partir de materiales reciclados con ironía, eclecticismo e infinita imaginación. Gaiman también tiene sus capillas: son la Bryn Crwn, inaugurada en 1900; la Bethel Vieja, fundada en 1875; y la Bethel Nueva, que fue inaugurada en 1913 y funciona junto a la anterior.
Pocos kilómetros más adelante, Dolavon es la siguiente localidad galesa donde se puede parar en busca de una mesa bien puesta para el té. Más pequeña aún que Gaiman, la localidad (“prado junto al río”, según la toponimia de sus orígenes) vive un tranquilo ritmo rural: famosa por la calidad del trigo que aquí se cultivaba, fue el lugar donde se construyó el primer molino harinero. La herencia religiosa se puede visitar en cuatro capillas, la Glan Alaw (1887), la Iglesia Anglicana (1917), con su campana procedente de la localidad galesa de Llanllyfni Arfon, la Ebenezer (1894) y la Carmel (1920). Todas diferentes, y al mismo tiempo todas parecidas, estas capillitas no adoptaron tanto la arquitectura galesa como la propia del lugar donde fueron construidas, con influencia europea pero una imprescindible adaptación a la disponibilidad de materiales patagónicos: algunas con paredes de ladrillo, otras de adobe, otras de piedra; los techos casi siempre a dos aguas con chapas de zinc; los pisos de pinotea; los bancos y púlpitos labrados.
Cuando se deja atrás Dolavon, avanzando hacia el oeste por la RN25, se llega a uno de los lugares más espectaculares del valle del río Chubut: el Dique Ameghino, a unos 140 kilómetros de Trelew. El dique fue construido en los años ’50 con el objetivo de evitar las hasta entonces frecuentes inundaciones del valle inferior del río, por lluvias o deshielos; almacenar agua para abastecer en verano la red de canales de riego de cultivos y generar energía eléctrica. Hoy es una villa turística que ofrece numerosas actividades para pasar unos días en cabañas a la vera del río y el lago: pesca desde el murallón o embarcado; velerismo, trekking y escalada en roca; caminata hasta la formación rocosa basáltica conocida como la Colada del Volcán; visita a la vieja planta caolinera; canotaje; mountain bike y safaris fotográficos.
La RN25 avanza, siempre hacia el Oeste, en medio de un paisaje a veces árido y a veces verde, rocoso y solitario, acompañado sólo de ovejas, aves y algunos pueblos que son apenas caseríos. El largo viaje pasa por las localidades de Las Plumas, Los Altares y Paso de Indio antes de llegar a Tecka, en la confluencia con la RN40, que marca el ingreso a la comarca de Los Alerces. Dos localidades más ponen en la región cordillerana un último sello galés: el pueblo de Trevelin (para los detallistas, se acentúa grave y significa “pueblo del molino”) y Esquel.
Trevelin, espectacular en primavera cuando florecen las plantaciones de tulipanes en largas hileras rojas y amarillas, atesora la capilla Bethel, realizada en ladrillos de barro cocido, y un Museo Regional que relata la vida en la época de la colonia. Como Esquel, es un buen punto de partida para visitar el Parque Nacional Los Alerces y también para detenerse en sus casas de té galés, donde esperan, entre otras especialidades, la famosa torta negra, la torta de crema, los scones y las mermeladas caseras de frutos del bosque. En la cercana Esquel, eje del turismo invernal gracias al centro de esquí de La Hoya, también hay una capilla galesa: es la Seion, levantada en 1904 y donde aún se sigue enseñando el idioma de los pioneros. La ciudad no dejó atrás sus raíces, pero creció y se transformó en el principal centro de servicios y actividades de la región, además del mejor punto de llegada –o de partida, todo depende de las intenciones del viajero– para desandar la ruta galesa que une virtualmente las dos orillas de Chubut.
Fuente: Página 12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/turismo/9-1741-2010-03-14.html