El otoño es una de las más bellas estaciones del año en Esquel y su región, rodeada de bosques multicolores. La época, templada y tranquila, permite elegir entre numerosas actividades y excursiones, que incluyen desde los paseos más tradicionales hasta actividades de aventura para los que prefieren paseos más activos.
Si existiera alguna clase de competencia para decidir “la más linda del año”, entre las cuatro estaciones también se arrojaría alguna manzana de la discordia... sobre todo si el paisaje en juego es el de Esquel, que tiene un espectacular “foliage” como el que moviliza multitudes en la misma temporada, pero en el Hemisferio Norte. Para mucha gente del lugar, pero también para muchos de los prestadores de turismo, el otoño sin duda se lleva la corona: por la moderación del clima, por los colores infinitos de la media estación, y por las posibilidades de practicar todas las actividades tradicionales de la Comarca de los Alerces.
“El encanto del otoño en Esquel es el colorido. Si uno mira de abajo hacia arriba, ve una franja de lago azul, el verde de las montañas y más arriba las hojas de los bosques de lenga que cambian del amarillo al naranja y el púrpura. Y encima de todo, el blanco de las primeras nieves en las altas cumbres”, comenta Emilio Cleri el paisaje otoñal en el Parque Nacional Los Alerces. Durante esta época, explica Cleri con su experiencia de prestador turístico, se puede optar por el “circuito chico” en el Parque, que recorre en medio día Puerto Limonao, Villa Futalaufquen, la intendencia del Parque Nacional, el Museo Interpretativo de Pinturas Rupestres y la cascada Yrigoyen. Con un poco más de tiempo, la excursión terrestre se prolonga con un tiempo de playa en Punta Mato, la llegada al Mirador del río Arrayanes y la Pasarela. “Aquí se cruza a pie, y luego tenemos distintos circuitos alternativos de 500, 1200 o 1500 metros entre bosques nativos de arrayanes, cipreses, alerces y coihues, incluyendo el imponente ‘lahuán solitario’, un alerce gigantesco que se considera como el abuelo del Parque Nacional”, agrega.
Los que sean más duchos a la hora de las caminatas también tienen varios circuitos para elegir: los que llevan al lago Kruger y el arroyo Cascada, de dificultad media-baja; el ascenso de cuatro horas hasta laguna Escondida, de dificultad media; y ya para una dificultad media-alta el sendero Cinco Saltos y el sendero Cerro Alto El Dedal, que requiere unas seis horas y concluye en un mirador sobre la cumbre del cerro. También existe la posibilidad de llegar por vía lacustre hasta la zona del alerzal milenario, donde los imponentes ejemplares alcanzan hasta 60 metros de altura, con troncos de tres metros de diámetro: un verdadero gigantismo de la naturaleza, que despliega sin límites sus dimensiones a orillas de los lagos Futalaufquen y Menéndez. En otoño también sale –pero en este caso depende de la demanda– la excursión al glaciar Torrecillas, que requiere un tiempo de navegación y un trekking de dificultad media por los renovales de un bosque de notros y coihues, sobre lo que fue antiguamente el cauce del glaciar.
“Mítico” es una palabra que no le queda chica a “la Trochita”, el nombre cariñoso del trencito a vapor que atraviesa con ritmo de antaño los más recónditos paisajes de la comarca. Intimo secreto de la estepa patagónica, en 1978 se hizo famoso con la publicación de la crónica de viajes de Paul Theroux El viejo expreso patagónico, que concluía en Esquel un azaroso periplo desde Norteamérica hasta la cordillera andina.
El ramal funciona sobre una trocha económica de 0,75 metro y tenía antiguamente un trayecto de 402 kilómetros: era en aquel lejano entonces el auténtico corazón sobre el cual latía la vida de una región remota y solitaria, en los confines de Chubut y Río Negro. El viaje actual es mucho más breve que el de años atrás, pero los vagones de madera y las locomotoras a vapor, construidos en las primeras décadas del siglo XX, siguen siendo los mismos. El traqueteo lento del trencito no supera los 45 km/h en los tramos más rápidos, y en otros avanza apenas a paso de hombre. Mientras tanto decenas de curvas permiten asomarse a las ventanillas para ver cómo el tren avanza, siempre pionero, serpenteando entre bosques y llanuras hasta llegar hoy día a la estación de Nahuel Pan, donde vive una comunidad mapuche. Este es el lugar donde se desciende para tomar contacto con los habitantes del lugar y sus artesanías, probar tortas fritas recién hechas y visitar un museo sobre su cultura, donde se exhiben objetos recuperados en la región, la explicación de algunos motivos tradicionales y, sobre todo, el contacto cordial con los pobladores. También se ofrece la opción de realizar un paseo corto a caballo antes de regresar a Esquel, atravesando un paisaje de extensiones inolvidables hasta que sea la hora de volver a la renovada estación que fue también el punto de partida del viaje.
Un día fresco es una excusa perfecta para internarse en la ruta galesa, uno de los grandes atractivos de la Comarca de los Alerces. Jorge Gandini, que presta servicios turísticos en Esquel, recomienda seguir los caminos que llevan hacia los lugares donde floreció la cultura de aquellos inmigrantes, arribados en 1865 a Puerto Madryn. Desde allí, los galeses avanzaron esforzadamente por el valle del río Chubut en busca de agua, y fueron fundando distintos parajes y colonias hasta llegar a la cordillera.
Aquí, en el pueblo de Trevelin y en la propia Esquel, se encuentran las dos últimas capillas fundadas por los galeses durante su avance colonizador. Durante medio día, se visita también el molino harinero y el museo Nant Fach, en las cercanías de Trevelin (cuyo nombre significa, precisamente, “pueblo de los molinos”). El molino-museo es propiedad de la familia Evans y exhibe antiguas máquinas agrícolas, carruajes y otros objetos cotidianos que trazan la vida en la comarca en el siglo XIX y principios del siglo XX. Los descendientes del pionero John Evans llevan a visitar la tumba del caballo Malacara, cuyo coraje permitió sortear las emboscadas indígenas y permitió la instalación de los primeros galeses junto a la cordillera.
No es preciso aclarar que la excursión incluye un alto en las casas de té galés de Trevelin, para probar la famosa “torta negra” (una receta que fue creada para lograr una torta de larga conservación, con frutas maceradas en alcohol, tradicional en los casamientos). Eso no es todo: en la mesa relucen el pan casero, la manteca, los dulces artesanales. Finalmente, las cascadas Nant y Fall también forman parte de la ruta galesa: se llega hasta allí dejando atrás Trevelin y tomando el desvío que lleva hasta el límite con Chile. Poco más adelante aparece el acceso a la reserva donde se encuentran las cascadas, cuyos nombres significan “arroyo” y “salto”, en galés y en inglés, respectivamente.
Los ríos y lagos que conforman el escenario natural esquelense permiten disfrutar de la pesca –famosa entre los especialistas de medio mundo– hasta el 1 de mayo, cuando cierra oficialmente la temporada. Los lagos Verde y Rivadavia, y el río Rivadavia, dentro del Parque Nacional Los Alerces, son algunos de los sitios favoritos para quienes buscan truchas y salmónidos. Otra opción es el canopy, paseos por pasarelas a varios metros de altura entre los bosques ideales para experimentar una sensación de aventura pero también para observar aves y sentirse un poco más cerca del espléndido cielo cordillerano. Y finalmente abril y mayo, si el tiempo lo permite, también son positivos para la práctica del rafting en los ríos Corcovado y Futaleufú, que ofrecen recorridos de distinto grado de dificultad. Para los más arriesgados existe incluso la opción de sumarse a la expedición al Pacífico, a lo largo de varios días de navegación.
Fuente: Página 12 Turismo