El paisaje que transita todas las gamas entre el desierto y los glaciares, promete en cada rincón experiencias únicas para vivir unas vacaciones muy activas.
Por fuerza de la convención, al pronunciar la palabra "verano" uno se imagina a sí mismo abandonado en una reposera, el sombrero de paja cubriendo el rostro, los pies enterrados en la arena y el pensamiento vaya a saber dónde, acunado por el suave arrullo del mar. Un clásico.
¿Pero acaso las vacaciones no son el momento ideal para quebrar las convenciones? Llegó la hora de cambiar, de conquistar los paisajes en lugar de limitarse a espiarlos por debajo del ala del sombrero. Desafiar los rápidos de un río, perderse en bosques maravillosos, deslizarse sobre las copas de los árboles, visitar un glaciar colgante e internarse en grandes túneles de hielo, son otros modos de interpretar el descanso. Vamos a Esquel.
Las retamas tiñen de amarillo los senderos que desembocan en la ruta 259, rumbo al Parque Nacional de Los Alerces. Tras cruzar el puente sobre el río Percy, en apenas pocos kilómetros, la vegetación se vuelve gigante y exuberante. Coihues, ñires y cipreses acompañan ese tramo y, a medida que aumenta la altura, son remplazadas por lengas.
Hay que atravesar a pie La Pasarela - un movedizo puente colgante sobre el río Arrayanes y luego se inicia la caminata hasta Puerto Chucao, donde una embarcación surcará el lago Menéndez hacia el Alerzal Milenario.
Desde Puerto Sagrario, un sendero que se abre paso en la frondosa selva valdiviana desemboca en los dominios de los alerces que promedian tres mil años y superan los 50 metros de altura.
Una senda de madera y un cerco resguarda al más preciado: se trata del lahuan (abuelo, en mapuche), un ejemplar que sorprende no sólo por su tamaño -60 metros de altura y casi 3 metros de diámetro- sino porque cumplió 2.601 años.
Según el guía, hay alerces que triplican esa altura e incluso el diámetro, pero se hallan en la zona intangible, no apta para el turismo. Después de las fotos junto al "abuelo", una huella descendente conduce hacia verdaderos túneles verdes: caminamos a ciegas por senderos estrechísimos y sólo el cercano rumor del agua indica que seguimos el curso de un río.
Para quienes adoran los "safaris fotográficos" no hay como apreciar los paisajes desde las alturas. ¿Qué tal, entonces, tomar unas panorámicas a 760 metros de altura, trepado a cañadones gigantes o colgado de un arnés sobre las copas de los árboles?
Cerca de la laguna Terraplén, a la vera de la ruta 71, se abre un bosque de maitenes y coihues que alcanzan los 20 metros de altura. Es el sitio indicado para iniciarse en las artes del canopy, una actividad que permite desplazarse entre plataformas situadas a diferentes alturas sobre las copas de los árboles. Amarrado con arneses y cuerdas especiales, uno puede volar, cual Aladino, sobre una interminable alfombra verde.
Lo sorprendente de Chubut es que, en apenas unos kilómetros, transita de la estepa a los glaciares, de la selva valdiviana al desierto. Éste descubre su rostro más árido al atravesar la ruta 258, rumbo al paraje Piedra Parada: todo es piedra y polvo y el gris apenas se matiza con el verde pálido de los neneos, arbustos redondos y espinosos, que crecen al ras del suelo.
Los altísimos farallones del cañadón, donde se dejan ver los halcones peregrinos, esconden una solitaria formación rocosa, ubicada a la vera del río Chubut -resabio de un volcán extinguido- que le da nombre a esta área natural protegida. El primer recorrido incluye distintos aleros y cuevas que conservan pinturas rupestres de los hombres que vivieron allí hace 5.000 años.
En el segundo circuito, un trekking intenso conduce a un mirador desde el que se ve todo el conjunto rocoso, con aires de planeta extraño y, lejos, ese insólito faro de piedra que se alza hacia el cielo. Antes de llegar a este punto, surcado por paredes de 70 m de altura, hay que desplegar cierta destreza para sortear algunas cuevas, a las que sólo se puede trepar imitando el andar de una araña, con el cuerpo inclinado hacia delante valiéndose de manos y pies, para avanzar a través de dos paredes enfrentadas. No se asusten; es más fácil de lo que parece.
El gran desafío es la travesía hacia el glaciar colgante del cerro Torrecillas, una de las perlas que el Parque Nacional Los Alerces guarda en el intangible, un área a la que se accede sólo con guías autorizados. Desde Puerto Chucao, navegamos durante 45 minutos el brazo norte del lago Menéndez.
El viento helado indica la cercanía de Puerto Nuevo y del glaciar. Un suculento almuerzo a la orilla del lago nos prepara para el largo trekking hacia la Laguna del Antiguo, desde donde se divisan el glaciar y su umbral de caída.
Durante el primer tramo de la caminata, se avanza sobre un antiguo cauce de rocas de origen aluvional -formado por el agua en un antiguo rebalse del glaciar-, entre las que afloran curiosos coihues bonsai. El camino es en ascenso y, si bien es de baja dificultad, hay que desplazarse con cuidado, en especial en el segundo tramo, a partir del arroyo Torrecillas, donde se aborda la margen sur del glaciar.
Un esfuerzo más -donde la concentración está puesta en los pies- y al fin, a 760 metros sobre el nivel del mar asoman las aguas verde esmeralda de la Laguna del Antiguo, donde flotan témpanos blanquísimos. A nuestras espaldas, el glaciar Torrecillas ruge desde sus 1.900 metros de altura y presenciamos un desprendimiento de hielo.
A sólo 50 km de Esquel, espera otra maravilla: unos curiosos túneles de hielo. Abordamos una camioneta 4x4 y tomamos la misma ruta que lleva al Parque Nacional Los Alerces. Pasando el parque tomamos un camino que asciende por las laderas del cerro La Torta y se abre paso en un espléndido bosque de lengas, arenales y arroyos.
El vehículo llega hasta cierto punto, luego hay que emprender una caminata hasta la cumbre donde se abren estos inquietantes túneles transparentes. Para desplazarse por sus entrañas con paso firme, lo ideal es visitarlos entre diciembre y marzo. Las vistas, desde 2.190 m de altura son arrolladoras.
Recorrer los paisajes al ritmo de un caballo otorga la posibilidad de apreciar detalles que pasan inadvertidos desde la velocidad las camionetas. Y, como si fuera poco, ese andar leve nos conecta con nuestro propio ritmo. Es preciso indicar que ofrecen distintos circuitos para realizar cabalgatas: paseos cortos y largos, de un día o travesías de varios días.
El ascenso nocturno al cerro La Cruz, puede ser una prueba de fuego para quienes sueñen con realizar largos trayectos montando a caballo. A poco de iniciar el recorrido el sol se esconde y los colores ocres del paisaje son reeplazados por las luces de la ciudad, que se ve cada vez más lejana.
Cuando la oscuridad es total, hay que confiar en el olfato del animal para llegar a destino: apenas se adivina entre sombras el sendero que serenamente sigue el caballo por una colina repleta de pinos. Esa entrega hace que el descenso, no exento de vértigo, se convierta en una experiencia placentera.
Los ríos y lagos de la región hacen posible apreciar los paisajes desde otra perspectiva. Los del Parque Nacional Los Alerces, más la cuenca del río Futaleufú, son los elegidos para recorrer en kayak o canoas. Las flotadas por los ríos de aguas tranquilas permiten la flora y la fauna de la zona, especialmente la increíble diversidad de aves que rodean las embarcaciones. El río Rivadavia, con sus orillas boscosas, es uno de los elegidos para esta actividad.
Pero hay más emociones fuertes. Practicar rafting en el río Corcovado, con rápidos de clase II y III, es como cabalgar, pero sobre la espuma. Es una de las excursiones que permiten conocer aún más en profundidad el Parque Nacional Los Alerces ya que el río discurre por zonas a las que no se accede desde los circuitos de trekking.
Es una travesía a pura adrenalina, en la que hay que estar preparado para empaparse. ¡Y a remar! Pero hay un premio: sólo sorteando esos rápidos, cuando el agua se encajona entre los acantilados, se accede a unas playas desoladas de apacible belleza. Es hora de sacarse el equipo de rafting y retozar al sol. Sin reposera y sin sombrero, con los pies enterrados en la arena y una vista a la que acceden muy pocos privilegiados.
Fuente: Los Andes Online
http://www.losandes.com.ar/notas/2009/12/27/turismo-463855.asp