En las 4000 hectáreas de la histórica estancia Juan Gerónimo conviven calas salvajes, cangrejales, bosques espesos y dunas gigantes
Estas tierras solían formar parte, hace millones de años, del fondo del mar
Dicen que donde hay un tala hay conchilla. Hace millones de años, las tierras de la estancia Juan Gerónimo en Verónica, provincia de Buenos Aires, eran parte del fondo del mar. Por eso al recorrer este campo de 4000 hectáreas se encuentran restos fósiles marinos, especialmente al llegar a la costa del río salado que se confunde con el mar.
Ante los azorados ojos de los turistas asoman entre vacas Aberdeen Angus, caballos criollos y bruma las quince casitas de estilo Tudor construidas a principios del siglo XX por el arquitecto Collcut, el mismo que realizó el Hurlingham Club y la embajada británica.
La casa principal, que cuenta con una biblioteca que alberga incunables del siglo XVII, entre otros tesoros, linda con una laguna y un frondoso bosque alrededor. Cuentan que ésta fue el regalo de aniversario solicitado por María Luisa Tornquist a su viajado marido, Benjamín Muñiz Barreto. Era la década del 20, cuando Juan Gerónimo funcionaba como una estancia modelo.
Ella pasaba la mitad del año en la estancia de 10.000 hectáreas en ese entonces, regalada por su padre Ernesto Tornquist a principios del siglo XX, y él viajaba como explorador a países y lugares exóticos: de estos viajes provienen las piezas de colección que hoy decoran la casa. Dicen que ella dijo: "No quiero un diamante, quiero una laguna". Hoy, el rincón de agua recuperado en forma reciente atesora pájaros y patos que con su canto alegran el atardecer. Como la garza mora que llega en primavera y se va en marzo, utilizando las copas de los árboles secos para anidar. O los biguás que hunden su cuerpo en busca de comida.
Si hay algo que destaca a Juan Gerónimo es la densidad del bosque que por momentos se vuelve salvaje y misterioso. Cubierta de musgo asoma una casita como la de Hansel y Gretel: es el rincón de las orquídeas de María Luisa, que ella mantenía con sus cuidados amorosos y que hoy muestra su elegante deterioro. Retazos de cortina raída y primorosos cajoncitos, antiguos semilleros: el viajero se inmiscuye en una intimidad vedada a través de las ventanas de vidrio para luego salir caminando por los restos de una antigua pérgola donde explota la blancura de cientos de calas salvajes. Las orquídeas, en cambio, murieron con su dueña.
Como la estancia es grande, los paseos a caballo comienzan en las caballerizas y duran lo que los turistas deseen. Los más avezados jinetes llegarán hasta los cangrejales, el bosque de talas, las dunas de 30 metros y la costa del río-mar donde los animales sacian su sed al atardecer. Los perezosos alcanzarán a pie una de las casitas convertidas en coqueto tea-house.
Al volver de los paseos, los huéspedes podrán sentirse parte, por un instante, de la Argentina de la belle époque. Con la platería limpia y la mesa dispuesta para tomar el té con scones y tortas, alguno de los actuales Muñiz Barreto hará de anfitrión de los invitados de la casa, custodiados por los espíritus de Luisa y Benjamín que aún viven en sus descendientes.
* La estancia Juan Gerónimo está dentro del Parque Costero del Sur, declarado Reserva Mundial de Biosfera Natural y Cultural por la Unesco en 1984. Esta última es una superficie de 25.000 hectáreas protegidas, desde Magdalena hasta Punta Piedras que, según informaron fuentes confiables, corre peligro de perder su status. Como reserva abierta no excluye las actividades del hombre. Aún hoy el paisaje no es muy distinto del que pudo haber existido hace 150 años.
* La estancia abre con un mínimo de 6 personas y sólo con reservas; $ 380 más IVA por persona en hab. doble, todas las comidas incluidas.
Informes: juangeronimo@fibertel.com.ar; (15) 4937-4326.
Fuente: La Nación Turismo