El flamante resort Delta Eco Spa combina detalles de confort con servicios de alta gama y paseos en contacto con el entorno natural.
Una década atrás, la creación de complejos de cabañas, bungalows y spa en el Delta de Tigre empezaba a demostrar que este microcosmos de naturaleza avasallante se podía vivenciar perfectamente desde una base confortable, dotada con los mejores servicios posibles.
Un grupo de empresarios tomó debida nota del fenómeno y decidió apostar más fuerte. Imaginó y puso en práctica el proyecto de un hotel de alta gama, que pudiera atraer al turismo local e internacional. El resultado final terminó de plasmarse hace una semana, con la inauguración del resort Delta Eco Spa, un dechado de lujos que no desdeña el buen gusto ni el cuidado del entorno.
Con su techo a dos aguas coronando paredes y columnas de madera sostenidas por palafitos, la construcción plantada de cara al río Carapachay no escapa a las líneas características de las casas isleñas. Pero con un detalle que salta a la vista bastante antes de desembarcar en el muelle: el frente del salón de eventos y, más atrás, el área de restaurante, hotel y spa se alargan no menos de 50 metros. Los chalés vecinos, entonces, pasan a ser discretos partenaires de este gigante, llamativo por donde se lo aborde.
"Quisimos recrear la arquitectura tradicional de la isla, desarrollada a partir de las casas prefabricadas que fomentó el presidente Sarmiento a fines del siglo XIX", explica la arquitecta Agustina Lasgoity. Los detalles de estilo anclados en la época fundacional se detectan dispersos en las 20 habitaciones, 20 bungalows, el gimnasio, la piscina cubierta y los once gabinetes del centro de salud. La versión moderna del infaltable jardín delteño -con flores, arbustos, árboles de porte respetable y frutales- incorpora un amplio deck de madera que balconea la orilla. A sus pies, el agua marrón es removida por el paso de las embarcaciones, con un movimiento pendular que imitan juncos y camalotes.
Nostalgia a la brasileña
Parada bajo la sombra y el rumor de un álamo, Neuza Righi -gerenta del spa- observa el horizonte uniformado por la vegetación y deja fluir la nostalgia: "Aquí reencontré mis raíces de Florianópolis, en Brasil. El agua, el verde y la paz generan el equilibrio perfecto a poco más de media hora de la gran ciudad", pondera en nítido portuñol.
Un largo terraplén marca el rumbo para adentrarse en las 25 hectáreas. El sendero se transforma en una pasarela de madera que desemboca en el primer mirador, orientado hacia una laguna con patos y un bosque de palmeras. Rápido de reflejos, Raúl Feldman -el dueño del emprendimiento- tiene el tino de postergar sus palabras un par de minutos. Acaba de advertir que la atención de su auditorio se enfoca hacia una nutria y una ruidosa bandada de zorzales, calandrias y gorriones. Después, tan satisfecho como sus seguidores, se apura por revelar un par de premisas básicas: "Aquí mismo potabilizamos el agua y tratamos los efluentes cloacales".
Los anfitriones y sus primeros huéspedes se deslizan despreocupados por pasillos interiores y caminos a cielo abierto. Pisan con firmeza sobre el terreno dragado, emparejado y sostenido desde la costa por 2.600 metros de defensa de tablestacado. Ni una sóla huella es posible detectar del bañado que había aquí, expuesto a las crónicas inundaciones y la falta de obras de dragado. Eso sí: la flora relucía con el mismo brillo que ahora y las aves ya ofrecían su espectáculo. Sólo que ahora es posible deleitar la vista y arrullar el oído desde un aposento de privilegio y sin zozobras.
Fuente: Clarín Turismo
http://www.clarin.com/suplementos/viajes/2009/11/01/v-02031319.htm