La ciudad de Olavarría sorprende con sus paisajes serranos y un dinamismo productivo muy ligado a su actividad histórica, las canteras. Así, signada por lo que da su suelo hacia arriba y hacia abajo, surgen paseos por el casco urbano, visitas a localidades vecinas y mucha actividad deportiva.
Si es cierto que la primera impresión es la que cuenta, Olavarría no parece ser valorada en el escenario turístico de acuerdo con sus posibilidades y belleza. De características un poco serranas y otro tanto camperas, la ciudad –cabecera del partido homónimo, inserta justo en el centro bonaerense– cuenta con varias posibilidades para los visitantes. Precios razonables y corta distancia desde Buenos Aires –unos 350 kilómetros– la vuelven una buena alternativa para estadías extensas o las clásicas escapadas de fin de semana. Destacada por su fusión paisajística de llanuras, serranías y lagunas, los relieves determinan también su economía, que está diversificada y en la que conviven de igual modo los campos de cereales y ganado con las canteras y los hornos humeantes que trabajan la piedra.
Apenas se llega, las primeras impresiones arquitectónicas y de “estilo de vida” se asemejan a Chascomús, Tres Arroyos o Tandil, por citar tres ciudades de características distintas pero que aún conservan edificios tradicionales intactos, enormes plazas centrales y un ritmo inalterable, aunque haya aquí más de 100.000 habitantes. Una primera aproximación al pago puede darse en la caminata por el Parque Mitre, un extenso boulevard que corre desde la Avenida Colón hasta la Avenida Del Valle, cortando la ciudad al medio y acompañando de punta a punta el cauce del arroyo Tapalqué. En ese camino aparecen varios puentes colgantes, recuperados como símbolos de la ciudad y elegidos a diario por los vecinos para el esparcimiento y la recreación, el mate y el solcito. “Estamos contentos de haber recuperado lugares como la Casa del Bicentenario y el Centro Cultural San José, que hoy han sido reinaugurados como espacios dedicados a la cultura y al arte, a la vera del arroyo”, afirma Cecilia Alves, de la dirección de Turismo de Olavarría. Otros parques y el Balneario Municipal sacan provecho por estos tiempos de Tapalqué, y así, en espacios verdes y clubes, se reúnen locales y visitantes nuevos para descansar, practicar actividades náuticas y, por qué no, refrescarse.
En medio de la ciudad, o hacia las afueras, las posibilidades son muchas. Dentro, uno de los sitios integrantes del circuito turístico urbano es el Palacio Municipal San Martín (1879), que combina los estilos Luis XIV y XVI, con techo de pizarra gris, cúpula y un gran reloj en la torre. El hall central posee una escalera de mármol de Carrara, bordeada por una baranda de hierro forjado y con un vitral con el escudo de la ciudad enfrente. Este es apenas uno de los tantos edificios de renombre que, junto al Museo Municipal de Artes plásticas Dámaso Arce y la iglesia San José, también de fines del siglo XIX y con cuatro columnas y dos cúpulas en la fachada, son parte del patrimonio arquitectónico de Olavarría. No tan lejos de la urbe, el turismo de estancias en La Magda, La Isolina y El Arrejón propone avistajes de aves, equitación, paseos en carruajes, pesca, canotaje y visitas a sitios con amplia historia minera, parte de la esencia del pueblo. Otra propuesta también cercana es el Parque Zoológico La Máxima, un predio de 47 hectáreas donde habitan 600 animales: allí se estudian las alpacas argentinas y también se lleva adelante un proyecto de conservación del cóndor andino a través de la Fundación Bioandina, integrada por científicos argentinos y chilenos. Ya un poco más lejos, dentro del partido pero a unos 75 kilómetros de la ciudad, se encuentra el espejo de agua más interesante de la zona: la Laguna Blanca Grande. Con unas 450 hectáreas y propiedad del Club de Pescadores Deportivos de la ciudad, regula mediante una compuerta su nivel con el arroyo Las Flores. Allí hay lugares para instalarse varios días, para despuntar el vicio de la pesca con el mejor asesoramiento. La otra laguna, más pequeña pero con un pasaje pampeano y gran aptitud natural para la cría y desarrollo del pejerrey, es justamente la Blanca Chica, a 10 minutos de Olavarría.
Otro perfil turístico lo aporta la ligazón de la ciudad al deporte, desde las competencias de aventura al Gran Autódromo Sudamericano, donde se organizan y desarrollan carreras nacionales y continentales. De hecho, la ciudad fue sede hace pocas semanas de la XK-Race, una competencia multidisciplinaria que incluyó senderismo por sus caminos campo adentro y cerros como el Largo y Matilde, con visita a la cumbre del San Cayetano y las sierras Dos Hermanas, sumando kayak en el camping La Isla, natación en el canal del Tapalqué y bicicleta por varios rincones urbanos. Allí mismo, en La Isla, el complejo ofrece salidas a diario en kayak de plástico Sit on Top, junto con otras actividades relacionadas con el arroyo y sus rápidos. En la zona del Salto de Piedra, el cauce tiene unas cascaditas ideales para la recreación y suele haber pruebas de cuerdas para cruzar de ida con una tirolesa, y de regreso con un puente comando, hecho con sogas (una abajo, por la que se camina; otra arriba, para que se afirmen las manos).
Un puñado de localidades cercanas son atractivos complementarios de Olavarría. La primera de ellas es Sierras Bayas, a 15 kilómetros y primera en mostrar sus pliegues cuando se entra a la ciudad. Se trata de una auténtica villa minera, fundada en 1879 como enclave de explotación en las laderas bajas del Sistema de Tandilia, y cuyo nombre hace honor al color amarillento de su piedra fundante, la dolomita. Convertida en un centro de producción cementero a mediados del siglo XX, sus tortuosas calles llevan los rastros y las sombras de antiguas fábricas de cal, por donde suelen pasar senderos turísticos ideales para el trekking y la bicicleta, con miradores de la urbanización y los lagos de cantera. Este otro fenómeno local se da porque el agua que brota de las vertientes llena las viejas canteras formando espejos donde algunos se animan al buceo. Pero la mayoría están en campos privados y por ende un pequeño grupo se responsabiliza de la prestación, que en general cuenta con un curso de buceo y equipos para la práctica. El caso de La Clocha, cantera de granito rojo, es llamativo: no sólo se encuentra en un entorno atractivo sino que posee una superficie de ocho hectáreas, pero continúa creciendo por efecto de las nuevas vertientes. Esta cantera-laguna se encuentra en otro de los pueblos cercanos, Sierra Chica, una localidad de fines del siglo XIX fundada por inmigrantes italianos, que conserva casonas antiguas, grandes extensiones de parque y recuerdos casi intactos de ese tiempo. Otras localidades vecinas a las que se llega por el Camino de los Pueblos son Hinojo y Colonia Hinojo, a menos de 20 kilómetros de Olavarría. La Colonia, nombrada aquí como “Kamenka” , fue el primer asentamiento de alemanes del Volga en la Argentina, y en ella se manifiesta muy fuertemente la herencia de los primeros colonos. Hinojo a secas fue otro tipo de colonia pero relacionada con el ferrocarril, que concentró durante buena parte de los siglos XIX y XX las cargas de materiales y mercaderías que se producían en la región.
Gran centro minero de la provincia, el paisaje de Olavarría está signado por las canteras y las fábricas de cemento, tejas, cerámicos y cal, así como los movimientos relacionados con la extracción de piedra caliza y granítica, arcilla, arenas y la producción de piedras ornamentales como la dolomita y mármoles de granito (el rojo, por ejemplo, único en el mundo). El trabajo en las canteras de caliza consta de varios pasos, que comienzan con el destape del mineral por medio de excavadoras y palas mecánicas, siguen con las perforaciones y voladuras, y luego pasan a la carga y transporte del material, triturado poco después para la elaboración de los diferentes productos. Asimismo, su ubicación le otorga fácil comunicación vial con el Mercosur y ágil acceso a puertos marítimos, de gran importancia a las actividades no sólo minera, sino agropecuaria, industrial y comercial en general. Basta ver alguna de las zonas donde la montaña pareciera haber sido cortada por un cuchillo caliente sobre un pan de manteca para entender el fenómeno de las canteras. Desde esos enormes pozos se mueven cintas transportadoras de cientos de metros, que llevan los trozos hacia las instalaciones, una suerte de mini-ciudad donde hay casas, edificios y silos, camiones, caminos y hasta un tren, que son los intermediarios entre los frutos de la tierra y el producto final. Un ejemplo de esto es la cercana Villa Alfredo Fortabat. Pero si bien las canteras son un clásico zonal como las sierras mismas, parece un tema complejo la producción industrial que involucra su paisaje en tiempos donde son cada vez más fuertes los controles y leyes, como la reciente Ley de Paisaje Protegido.
Fuente: Página 12 Turismo