Carlos Díaz es torrero del Faro Recalada, en Monte Hermoso, desde hace tres años. Torrero es aquel personal de la Armada Argentina destinado a cuidar los faros del país.
Parecería que en la era del GPS los faros no se usan más, pero no es así, siguen vigentes. Dicen los navegantes que cuando se divisa el faro de Monte Hermoso es señal de que está próxima la primera boya para entrar en el canal de navegación que conduce a Bahía Blanca, a 80 km.
"Soy de Florencio Varela y éste es mi cuarto destino: primero estuve en Río Gallegos, luego en el faro de Cabo Vírgenes, en el Estrecho de Magallanes, más tarde en Comodoro Rivadavia y luego aquí", cuenta Díaz.
El faro, construido por el ingeniero Luis Luiggi con materiales que llegaban por mar, fue inaugurado en 1906 y funcionaba con querosén: imaginen la dificultad de bombear ese combustible tantos metros, encender y apagar el faro y todas las arduas tareas de mantenimiento.
De estructura abierta, es el más alto de América del Sur, con 67 metros. Con el tiempo el querosén se cambió por acetileno y en 1976 llegó el tendido eléctrico: un foco de 1000 watts multiplicado por una campana triangular de cristales emite un haz de luz a 75 metros del nivel del mar cada 9 segundos, completando el giro en 27 segundos. Subir cuesta $ 6 y desde allí se aprecia una de las mejores vistas de Monte Hermoso: son 331 escalones dentro de un tubo de 1,50 m de diámetro para alcanzar la cima.
Hoy los torreros de Monte Hermoso, una dotación de siete personas, se ocupan de mantener el faro, pero principalmente del predio de 4 hectáreas, en su momento donado por Esteban Dufau.
Díaz cuenta que su familia -que es la que más sufre los traslados- vive en Bahía Blanca. "Para ellos es más difícil, por eso resulta complicado concluir los 35 años de servicio sin renunciar antes en pos de los afectos", concluye el torrero.
Fuente: La Nación Turismo