La Chimenea, de unos 43 metros de alto, incorporada al parque de una casaquinta sobre el Barranco del Cazador, es el único vestigio que ha quedado en pie de una importante destilería que operó allí entre los años 1870 y 1890.
Construido en ladrillos, de esos importados, eternos, con que los ingleses hacían nuestras estaciones de ferrocarril, ha sobrevivido a los embates del tiempo, fraccionamientos e innumerables sudestadas. Su extremo superior está artísticamente trabajado, pareciéndose a una columna faraónica. Esta destilería supo tener sus ribetes esplendorosos que coinciden con la época de apogeo de la producción de alcohol a partir del maíz, en diversos establecimientos alrededor de la Ciudad de Buenos Aires. Las destilerías de la campiña bonaerense fueron perdiendo rentabilidad hacia fines del Siglo XIX hasta obligar a su cierre y solo dejar paredes “ennegrecidas por el tiempo”, tal como pasó con la empresa de Escobar.
La fábrica estaba rodeada de un soberbio parque que en su entrada incorporaba un gran lago artificial, con embarcación incluida, como se había hecho hacer el General Urquiza en su Palacio San José en Concepción del Uruguay. Para la llegada y salida de suministros habían dragado a pala de buey un canal que comunicaba la fábrica desde el borde inferior del barranco con el Río Luján. Aún existe, invadido por la maleza, conocido como el arroyo El Carbón, siendo otro ejemplo de cómo estos recuerdos del pasado se van mimetizando con su entorno.