La selva de La Yunga en Jujuy, los Andes mendocinos, las verdes planicies de Corrientes, los bosques neuquinos, islas del Delta... En la vasta y variada geografía argentina, algunas propuestas para vivir la aventura de un viaje a caballo.
Unos de los primeros hombres blancos que hizo un gran travesía a caballo por placer en la Argentina fue seguramente George Musters, aquel inglés que en 1869 unió el Estrecho de Magallanes con el río Negro como integrante de una caravana tehuelche. Dos años después publicó en Londres un diario de viaje en el que retrataba a los temidos “Patagones” como seres entrañables con quienes se podía convivir en sus tolderías y compartir un viaje en los términos más amistosos. Si bien esa experiencia pertenece al pasado, la posibilidad de hacer largos recorridos a caballo –aunque existan formas mucho más cómodas de viajar– sigue siendo una elección por la aventura. A continuación, algunas alternativas para andar al paso, al trote o al galope por la diversa geografía argentina.
Desde la localidad jujeña de Tilcara se hace una espectacular cabalgata que va desde la Quebrada de Humahuaca hasta la selva de Las Yungas en una excursión de tres días. El primer tramo desde Tilcara es en vehículo hasta el pie de la quebrada de Alfarcito. Allí se acaba el camino y comienza la cabalgata para subir en un día hasta los 4100 metros del Abra de Campo Laguna. Al principio predominan los cardones y por doquier se ven terrazas de cultivo abandonadas de unos cinco siglos de antigüedad. Al ir subiendo la vegetación se reduce al pasto puna y la tola. Algún cóndor se distingue como un puntito negro en el cielo y por las montañas corretean libremente las vicuñas y los guanacos. A lo largo de la travesía se sube y se baja siguiendo los caprichos del terreno. Y en el momento más inesperado puede ocurrir el espectáculo increíble de cabalgar sobre el filo de la montaña mientras abajo un colchón de nubes cubre un valle completo.
Al final de la primera jornada se llega al idílico puesto de campo Huaira Huasi, emplazado sobre una meseta con una vista espectacular a un gran valle. Ni aquí ni en ningún otro lugar de la travesía hay duchas ni se duerme en camas, aunque sí hay colchones para dormir bajo techo en una casa de adobe con piso de cemento. A la mañana siguiente el grupo parte rumbo al puesto llamado Sepultura, junto con la decena de burros cargueros que llevan las bolsas con alimentos. Al mediodía se come una picada y se ingresa en una zona de transición donde aparecen los primeros montes de alisos, mientras la vegetación se hace cada vez más frondosa al descender. La segunda noche se duerme en el puesto de la señora Carmen Poclavas en Molulo.
El tercer día de viaje es una jornada hasta el poblado de San Lucas, con un centenar de habitantes que viven en casas de adobe en un valle encajonado, justo encima de Las Yungas. Al cuarto día se cabalga hasta la localidad de Peña Alta entre senderos selváticos. Y si hace calor todos se dan un baño refrescante en el río Valle Grande y la cabalgata termina con un gran asado en el pueblo de San Francisco.
En el sur de Mendoza –departamento de Malargüe– se hace una travesía a caballo por la Cordillera de los Andes partiendo de la localidad de Las Loicas hasta el límite con Chile. La organiza la empresa Nuestra Tierra, quienes utilizan como base el campamento Guatana, desde el cual se hacen diferentes circuitos en el día para volver a dormir cada noche al mismo lugar, que tiene comodidades como carpas con cama y calefacción, comedor, grupo electrógeno, baño y duchas con agua caliente a 2400 m.s.n.m. El programa más común es el de cuatro noches en la montaña.
La noche previa a la partida se hace la “aduana”, es decir, la elección de qué va en las alforjas y qué se queda en el hotel. En las alforjas va lo básico y el bolso personal lo llevan las mulas. La cabalgata parte desde Las Loicas hacia el camping Guatana para ingresar de lleno en los valles y quebradas andinos entre las formaciones volcánicas de la Ciudad Perdida. Luego se llega a los arenales producidos por el volcán El Descabezado, a veces con los caballos hundidos en la arena hasta la panza. Al fondo de un anfiteatro rocoso está el camping Guatana.
Al día siguiente se sube hasta los 3000 metros y aparecen los primeros rebaños de cabras con sus pastores. En el límite con Chile se ve el hito divisorio y el paisaje desértico se interrumpe con pequeños glaciares, algunos cubiertos por arena volcánica. También hay pequeños oasis de pastito verde alrededor de las vertientes de agua y se llega a una cascada de 20 metros donde los valientes se dan un baño natural.
El tercer día –siempre partiendo desde el campamento base– se sube entre peñascos rocosos y farallones con puntas de aguja resultado de la erosión eólica. Y al llegar a una meseta de altura el paisaje se vuelve verde en el Cajón del Pichi, lugar de veranada de los pastores con sus cabras. Al otro día se almuerza junto al río Trolón y se avanza por el filo de una montaña, mientras se ve el pico del Cerro Campanario que supera los 4000 metros.
La provincia de Corrientes está casi rodeada por los ríos Uruguay y Paraná y cortada al medio por la gran masa de agua de los Esteros del Iberá. Está como aislada en un contorno de ríos y al mismo tiempo anegada en su interior. Este aislamiento quizás explique por qué Corrientes tiene una identidad tan propia, que la convierte casi en un “país” aparte con su propia religiosidad “católica” y un santoral bastante pagano donde se venera a San La Muerte y al Gauchito Gil. Hay rincones de la provincia donde todavía se habla guaraní, cuya musicalidad perdura en la entonación del castellano de todos los correntinos. Pero una cosa es que a uno se la cuenten y otra es salir a caballo a ver todo esto en los ranchos que rodean esa médula correntina que son los Esteros del Iberá.
Para tener un acercamiento lo más natural posible al mundo del gaucho correntino, el guía de ecoturismo José Martin lleva a los visitantes a cabalgar por los alrededores de la casa de sus padres, quienes viven en el mismo rancho donde él nació en los esteros de Chamba Trapo, a 17 kilómetros de la laguna de Iberá. A diferencia del típico gaucho de la zona –hosco y cerrado, con el facón listo en la cintura–, los padres de José son abiertos y les encanta charlar con los visitantes, orgullosos de mostrarles su rancho de barro. Lili y Amadeo Martin viven con sus hijas y se acuestan y se levantan con el sol, a pesar de que eso ya no es tan necesario desde que hace cinco años les llegó la electricidad.
Después de una larga mateada con los Martin, comienza una cabalgata por los alrededores donde confluyen tres ambientes muy distintos: la selva paranaense de altos árboles de lapacho y palmeras pindó, el espinal entrerriano con sus montes bajos de espinillos y ñandubay, y el distrito chaqueño con sus bosquecitos de palmera caranday, quebrachos blancos y cactus.
Los caballos son mansos y obedientes y caminan sin prisa por el agua de los esteros y entre los palmares. La charla con el gaucho José –quien tiene ojos azules porque lleva sangre suiza mezclada con criolla– continúa también sin prisa mientras cuenta que en la zona todavía es común el trueque de, por ejemplo, dos vacas por un freezer o una máquina para hacer chorizos. Luego de dos horas de cabalgata, matizada con relatos sobre vida, costumbres y trabajos, se regresa al rancho de Don Amadeo, quien tiene listo un suculento asado, el plato diario del gaucho correntino, para quien “una comida sin carne no es comida”.
A dos kilómetros de Villa La Angostura, al pie del cerro Belvedere, se hace una cabalgata por los bosques andino-patagónicos. Los mansos caballos arrancan a paso lento, hundiendo sus cascos en el mallín, un terreno anegado que permanece todo el año tan verde como un campo de golf. En la parte más baja de la cabalgata predominan los ñires, un árbol “siempreverde” de mediana altura. Luego aparecen unos pinos autóctonos llamados cipreses y al ganar más altura se levantan coihues de hasta 45 metros. Al cruzar el Arroyo Las Piedritas la cuesta se vuelve empinada, y al llegar a los mil metros de altura aparece el Mirador del Cañadón, un balcón natural con vista a la Cascada Inacayal donde un arroyo se arroja a un precipicio de 50 metros.
Al llegar al filo del cerro Belvedere se cruza a la ladera norte para descender por un sendero muy selvático. En el mirador del Belvedere se desensilla para tomar unos mates con una vista espectacular del río y el lago Correntoso, los brazos norte del lago Nahuel Huapi y la Cordillera de los Andes al fondo. La cabalgata recorre siete kilómetros en total y dura unas tres horas.
Para conocer por dentro una isla de Tigre, una alternativa es la cabalgata que ofrece Bonanza Delta Aventura en el kilómetro 13 del río Carapachay, Primera Sección del Delta. Luego de un té de bienvenida en una hermosa casona de 1898 rodeada por árboles de nuez pecán comienza la cabalgata. El guía –especializado en los secretos de ese mundo que fluye– cuenta que estas islas tienen la forma de un plato hondo, con los bordes elevados y hundidas en el medio. Al atravesar la hendidura de ese plato van apareciendo los distintos ambientes que encierra esta isla de 60 hectáreas. El primero es el pajonal, donde predominan las cortaderas, la paja brava, la espadaña y la serrucheta. Luego se desemboca en un antiguo embalse artificial cubierto por toda clase de plantas flotantes como helechitos, lentejitas y pinitos de agua. Paso seguido se avanza hacia el “monte”, una semiselva boscosa difícil de penetrar debido a la profusión de lianas, enredaderas y arbustos espinosos. Con un largavista se puede curiosear en detalle el hogar de los horneros y ver en primer plano la cotidianidad de los zorzales. Y más adelante aparece la laguna Grande –rodeada de ceibos con ramas retorcidas–, cavada a pala en la década del ’30 para transportar madera en un terreno que perteneció a la familia Bemberg.
Fuente: Página 12 Turismo